domingo, 1 de septiembre de 2024

Byron

 


“Si Byron fue atractivo, ocurrente, radical, brillante conversador y, también, un brillante poeta, no es menos cierto que también fue cruel, mezquino, amoral, colérico y orgulloso” (p.15). De esa forma tan contundente comienza la biografía sobre Lord Byron que escribe Derek Parker y que leo en la traducción de Rosario León Cuyas, con prólogo de Pere Gimferrer (Salvat, 1985).

Y son numerosas las anécdotas a las que tengo acceso en sus páginas: la continua obsesión que Byron manifestaba por la deformación de su pie izquierdo; el gesto que tuvo en el Trinity College (Cambridge) cuando, “contrariado por un estatuto que le prohibía tener un perro en sus habitaciones, compró un oso amaestrado y lo metió en el colegio” (pp.34-37); el éxito fulgurante y ecuménico que alcanzó entre las damas de su época, que le escribían, le insinuaban citas secretas e incluso se disfrazaban de varón para acercarse a él; los numerosos rumores que lo relacionaban sexualmente con su hermanastra Augusta; su matrimonio más bien artificial e insatisfactorio con Annabella Milbanke; su afición inmoderada a la natación (llegó a cruzar desde el Lido hasta la entrada del Gran Canal de Venecia, permaneciendo más de cuatro horas en el agua); su vinculación con los grupos revolucionarios carbonarios; sus continuas y aparatosas excentricidades (se dice que “cierta vez, al salir de una fiesta, se lanzó al canal completamente vestido y se marchó a su palacio nadando sólo con un brazo; con el otro sostenía una linterna, para advertir a los gondoleros de su presencia”, p.120); que en 1822 se sometió a una rigurosa dieta de galletas y agua carbónica para reducir el peso que había ido adquiriendo en los últimos tiempos; que jamás mostró afecto por los niños (“Los odio tanto que siempre he sentido el mayor respeto por Herodes”, p.152); su fervoroso apoyo a las luchas por la independencia de Grecia (diseñó el casco con el que participaría en el combate), pese a que la mayoría de los grupos insurgentes lo único que hacían era solicitarle dinero; su muerte, provocada por las excesivas sangrías que sus médicos insistieron torpemente en aplicarle; o el modo inflexible en que sus amigos Hobhouse y Murray quemaron, para proteger su buen nombre en la posteridad, el manuscrito donde Byron había consignado sus memorias.

Además, el volumen está enriquecido con un impresionante aparato iconográfico, compuesto por más de ciento cincuenta imágenes de la época (retratos, paisajes, cubiertas de libros, etc), que me ha resultado muy grato contemplar. Un trabajo notable.

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