viernes, 20 de septiembre de 2024

La sombra

 


Una de las más atosigantes zozobras que pueden impregnar el alma y el corazón de una persona consiste en desconfiar de la fidelidad del ser amado, porque todo se transforma entonces en sospecha, en indicio, en señal, en prueba: los gestos que realiza, las palabras que emite, las personas que frecuenta, las puertas que se cierran a su espalda, las miradas perdidas, las sonrisas a destiempo, los horarios que no encajan. Un jovencísimo Benito Pérez Galdós (tenía 23 años) abordó ese tema en su novela corta La sombra, que se publicó como libro en 1871 y que ahora volvemos a disfrutar en la edición que Juan Antonio Molina Foix prepara para el sello Cátedra. En sus páginas nos encontramos con la delirante existencia de don Anselmo, un viudo huraño y entregado a mil experimentos químicos, que por fin se decide a contarle al narrador de esta historia los pormenores de su tristeza, originada por los celos hiperbólicos que comenzó a desarrollar nada más casarse con la joven Elena, y que lo llevaron por un camino de alucinaciones, extremismos y violencias que culminaron con la muerte de su esposa.

La columna vertebral de la historia, en sí misma, no tiene desde luego nada de excepcional: desde el cervantino Felipo de Carrizales o el shakespeareano Otelo hasta las páginas recientes de Murakami o Millet, los celos se han convertido en uno de los motores temáticos más fértiles de la literatura, porque convierten en tinta una pasión tan arrasadora como universal. Lo que sí constituye un elemento sorprendente es que Galdós conecte las presuntas veleidades de su mujer con la atractiva figura de Paris, el príncipe troyano, que brilla en un cuadro de su casa. De hecho, conversa con el personaje mitológico y lo acusa de estar perturbando con su bella figura la calma de su vínculo matrimonial, responsabilidad que Paris declina, respondiéndole que la culpa de esas zozobras proviene siempre de la mente del marido obsesionado (“Tú me has llamado. Tú me has dado la vida: yo soy tu obra”). Y es que, en verdad, cuando alguien sospecha o teme, todo se le convierte en asechanza, en peligro, en enemigo.

¿Existe verdaderamente el amante en forma de sombra al que se menciona en las páginas de esta novela con los nombres de Paris y Alejandro… o se trata de una obsesión del inseguro esposo? Queda en manos de cada lector decidir sobre ese asunto.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Los celos son siempre terribles y el origen de no pocas muertes violentas. Los celos cuando son enfermizos son de lo más peligroso (lo vemos, desgraciadamente, muchos días en los informativos del nuestro y de otros muchos países). Lo que llama mi atención de esta novela de Galdós es la sospecha de infidelidad de pensamiento, pues entiendo que el tal Anselmo está molesto con la imagen de Paris que decora la vivienda de su mujer, ¿no? Bueno, a lo mejor, no lo he entendido bien. Pero siendo así, el machismo de ese hombre es exponencialmente mucho mayor que el de quien lo sospecha u observa en personas físicas.
Se me ocurre que si en Afganistán ya han prohibido la voz de las mujeres, sólo les faltaría llegar a prohibir su pensamiento. Sería terrible, pero a punto deben de estar de hacerlo.
Un abrazo