Cuando
se encontraba trabajando con documentos antiguos para documentar su tesis
doctoral, Leandro Sagristà tuvo la fortuna de toparse con las memorias de un
personaje harto significativo: Antonio del Rincón, al que el célebre don Miguel
de Cervantes inmortalizó en su novela corta Rinconete y Cortadillo. Una
vez que hubo comprobado y ratificado su autenticidad, procede ahora a verter
ese texto (actualizando un poco el lenguaje en algunos tramos) para que podamos
leerlo los lectores actuales. A partir de ese punto, el escritor barcelonés
compone una agradable novela juvenil, en la que no falta una buena porción de
detalles sobre la vida de Cervantes, sobre la Hermandad de la Garduña (sobre la
cual no existe unanimidad entre los historiadores: se ignora si existió o no) y
sobre los usos del siglo XVII (vestimenta, comida, distribución urbana, etc).
En ella se nos explica cómo dos pilluelos extremeños (Antonio del Rincón y
Diego Velázquez), hartos de los malos tratos que les infligen sus padres y bien
adiestrados en el manejo fraudulento de los naipes, emprenden viaje hacia
Andalucía, donde esperan ser capaces de ganarse la vida gracias a sus trampas,
fullerías e intrepidez. Tras un par de aventuras harto curiosas (Sagristà
maneja con habilidad el recurso de las narraciones interpoladas, al modo
quijotesco), terminan encontrando en Sevilla a un extraño personaje que los
contrata para que roben a un comisario real de abastos que, provisto de buena
bolsa, repite todos los días la misma rutina de movimientos, porque lo que
resulta presa fácil. Incautos, aceptan el trabajo; y de esa forma terminan por
conocer al maduro funcionario, que ha publicado algunas obras literarias y que
recibe el nombre de Miguel de Cervantes Saavedra.
¿Quién es el misterioso personaje y por qué parece empeñado en terminar con la vida del inofensivo don Miguel? Eso, evidentemente, tendrá que descubrirlo cada persona acercándose a estas páginas, muy agradables de leer.
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