sábado, 18 de marzo de 2023

Ana el once de marzo

 


Ana, Ana y Ana.

Ana se encuentra en una residencia para mayores, a la cual ha llegado la noticia del brutal atentado de la estación de Atocha. Ella sabe que su hijo Ángel utiliza diariamente ese servicio ferroviario, pero ignora si se encontraba a bordo de alguno de los vagones afectados. Hoy, además, se cumplen cuarenta años del día en que su marido, abandonado por la amante de turno, la dejó embarazada.

Ana, con la angustia pintada en el rostro y la tensión agarrotando sus músculos, espera noticias sobre Ángel, su esposo. Las autoridades le han entregado una bolsa de plástico con su chaqueta y le han pedido que tenga paciencia y aguarde novedades. Apenas tiene fuerzas para llorar. Su matrimonio está afectado por algunas grietas (sabe que Ángel se ve con una amante), pero ella continúa muy enamorada. En la bolsa suenan constantemente los mensajes que inundan el móvil de Ángel: debe de ser la otra, preocupada.

Ana, sin poder preguntar de forma directa por Ángel (no es familia), se desahoga enviando mensajes de voz a su móvil. Qué podría hacer, si no. Está inquieta y teme que la esposa legítima pueda escuchar esas comunicaciones, pero no acierta a descubrir otro modo de saber de él. La noche anterior se separaron enfadados y pretende que vuelvan a verse, para que un abrazo borre las lágrimas.

Tres mujeres de nombre idéntico, alrededor de un ángel de barro. Y Paloma Pedrero, dramaturga excelsa, logrando que la suma de sus voces construya una sinfonía triste, intensa, arácnida, por la que nos sentimos atrapados. Mujeres que aman y no son amadas con la misma nobleza; mujeres que suplican y no son escuchadas; mujeres que lloran en silencio.

Todas las mujeres, la mujer.

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