miércoles, 8 de marzo de 2023

Helena de Esparta

 


Creo que no será necesario explicar con demasiados detalles quién fue Helena de Troya. O, dicho con más rigor, Helena de Esparta. Será suficiente con mencionar que fue la esposa de Menelao, la cual, seducida o raptada por Paris, pasó años en la ciudad amurallada de Troya. En La Ilíada se nos detalla el proceso. Y si he anotado la fórmula “seducida o raptada” es porque los estudiosos de la literatura y de la mitología no se han puesto nunca de acuerdo en ese punto. ¿Se enamoró Helena de Paris y decidió acompañarlo a su ciudad dorada, para vivir allí la intensidad de su pasión? ¿O quizá fue tan sólo secuestrada por su extrema belleza o por motivos políticos?

La escritora Loreta Minutilli ha tenido la feliz idea de recrear la historia, dejando que sea la propia Helena quien nos cuente lo sucedido; y, traducido por Ramón Buenaventura, el libro lo publica el sello Alianza (2020).

En este ejercicio de introspección, la autora tenía que moverse con cautela, porque era evidente que el volumen iba a caminar por el borde de un acantilado: tanta es la literatura urdida alrededor de Helena, tantos los riesgos que corría (convertirla en un personaje increíble: en una pelandusca o en una feminista avant la lettre), tanto el cuidado que tenía que aplicar al vocabulario y las ideas esgrimidas por la protagonista, que cualquier resbalón, por mínimo que fuese, la precipitaría sin remedio al abismo. Pero la jovencísima autora barinesa sale muy bien parada del experimento y consigue una narración sólida, convincente y de espléndido desarrollo, en la que Helena nos explica que la gran inquietud de su vida siempre ha sido afirmarse, descubrir dónde estaban los límites, calibrar qué actuaciones se le permitían (y cuáles no) por el simple hecho de ser mujer en un mundo dominado por los varones. “Quería elegir, quería arriesgar, quería ver qué ocurriría si hacía un movimiento distinto del que se esperaba de mí como esposa, como mujer, como madre”, nos dice en la página 63. “Vine a Troya porque sentía curiosidad. Curiosidad, sí, por este extraño pueblo que vivía en un mundo de ensueño en que las mujeres podían escoger marido y los países no entraban en guerra porque una muchacha decidiera marcharse de casa”, añade en la página 166. Y luego, mirando a los ojos a su marido Menelao, que la ha “rescatado” del cautiverio, terminará de perfilar su postura: “Quería [viajar] sin tener que pedirte permiso. Quería sentir a otro hombre dentro de mí y descubrir si era culpa tuya el hecho de que no lograse experimentar el menor placer en la cama, y no es así. Quería sentir remordimiento, angustia, miedo, soledad, quería estar desorientada, sentirme perdida, estudiar lenguas, costumbres, personas, pensar en un modo de sobrevivir sola. Quería esperar y temblar y beberme cada momento de mi vida de modo caótico y desordenado, y no había otra manera de hacerlo, ¿comprendes? […] Decidí que tenía necesidad de experimentar también la otra mitad de mi vida, y lo hice” (p.182). No se puede añadir más.

Helena de Esparta es una inteligente, honda y satisfactoria aproximación a los pasillos interiores de una de las almas femeninas más famosas de la Historia.

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