Creo
que no será necesario explicar con demasiados detalles quién fue Helena de
Troya. O, dicho con más rigor, Helena de Esparta. Será suficiente con mencionar
que fue la esposa de Menelao, la cual, seducida o raptada por Paris, pasó años
en la ciudad amurallada de Troya. En La Ilíada se nos detalla el
proceso. Y si he anotado la fórmula “seducida o raptada” es porque los
estudiosos de la literatura y de la mitología no se han puesto nunca de acuerdo
en ese punto. ¿Se enamoró Helena de Paris y decidió acompañarlo a su ciudad
dorada, para vivir allí la intensidad de su pasión? ¿O quizá fue tan sólo
secuestrada por su extrema belleza o por motivos políticos?
La
escritora Loreta Minutilli ha tenido la feliz idea de recrear la historia,
dejando que sea la propia Helena quien nos cuente lo sucedido; y, traducido por
Ramón Buenaventura, el libro lo publica el sello Alianza (2020).
En
este ejercicio de introspección, la autora tenía que moverse con cautela,
porque era evidente que el volumen iba a caminar por el borde de un acantilado:
tanta es la literatura urdida alrededor de Helena, tantos los riesgos que
corría (convertirla en un personaje increíble: en una pelandusca o en
una feminista avant la lettre), tanto el cuidado que tenía que aplicar
al vocabulario y las ideas esgrimidas por la protagonista, que cualquier
resbalón, por mínimo que fuese, la precipitaría sin remedio al abismo. Pero la
jovencísima autora barinesa sale muy bien parada del experimento y consigue una
narración sólida, convincente y de espléndido desarrollo, en la que Helena nos
explica que la gran inquietud de su vida siempre ha sido afirmarse, descubrir
dónde estaban los límites, calibrar qué actuaciones se le permitían (y cuáles
no) por el simple hecho de ser mujer en un mundo dominado por los varones.
“Quería elegir, quería arriesgar, quería ver qué ocurriría si hacía un
movimiento distinto del que se esperaba de mí como esposa, como mujer, como
madre”, nos dice en la página 63. “Vine a Troya porque sentía curiosidad.
Curiosidad, sí, por este extraño pueblo que vivía en un mundo de ensueño en que
las mujeres podían escoger marido y los países no entraban en guerra porque una
muchacha decidiera marcharse de casa”, añade en la página 166. Y luego, mirando
a los ojos a su marido Menelao, que la ha “rescatado” del cautiverio, terminará
de perfilar su postura: “Quería [viajar] sin tener que pedirte permiso. Quería
sentir a otro hombre dentro de mí y descubrir si era culpa tuya el hecho de que
no lograse experimentar el menor placer en la cama, y no es así. Quería sentir
remordimiento, angustia, miedo, soledad, quería estar desorientada, sentirme
perdida, estudiar lenguas, costumbres, personas, pensar en un modo de
sobrevivir sola. Quería esperar y temblar y beberme cada momento de mi vida de
modo caótico y desordenado, y no había otra manera de hacerlo, ¿comprendes? […]
Decidí que tenía necesidad de experimentar también la otra mitad de mi vida, y
lo hice” (p.182). No se puede añadir más.
Helena de Esparta es una inteligente, honda y satisfactoria aproximación a los pasillos interiores de una de las almas femeninas más famosas de la Historia.
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