Termino
en un par de días el volumen de relatos Cuentos a los cuarenta, de Laura
Freixas (Destino, 2001), que me ha dejado unas sensaciones contradictorias. El
arranque (ese humor agridulce que impregna “Las puertas”; esa honda reflexión
sobre la deriva de escritores y críticos que nutre “La entrevista”; esa
meditación sobre el paso del tiempo, sus erosiones y renuncias que se encuentra
en la raíz de “La visita”) me hizo sonreír y respirar complacido, porque
pensaba que había encontrado a una nueva autora de mi gusto. Pero, después, esa
sensación (ay) se fue desinflando a toda prisa, con relatos donde se intenta el
humor y no siempre se consigue, donde se inyecta un batiburrillo de imágenes
que desconcierta a los lectores y donde los finales quedan, en mi opinión,
desvaídos, malogrados, torpes. Quizá se podría salvar, ya casi al final del
libro, “Las ventanas”, cuyo espíritu es espléndido; pero no muchas páginas más.
No
sé.
Ni
quiero ensañarme, ni quiero detallar los elementos que me han parecido
inhábiles o flojos. Tal vez sería injusto si procediese de esa manera. Nunca me
ha gustado que mis juicios terminen convirtiéndose en hachas. Quién soy yo para
arrogarse los atributos de un juez. He ido avanzando por la obra (les doy mi
palabra) queriendo que me gustase; pero no ha podido ser.
No descarto acudir dentro de un tiempo a otra obra de Laura Freixas. Ojalá tenga mejor suerte.
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