En
ocasiones, la vida y el azar se convierten en guionistas espléndidos, que idean
tramas anonadantes. Imaginemos al escritor Louis-Ferdinand Céline teniendo que
huir de Francia en el año 1944, debido a su colaboración con el nazismo;
imaginemos las dos abultadas maletas que, llenas de páginas manuscritas suyas,
le son robadas; imaginemos que el escritor muere en 1961, convertido en una
celebridad, pero sin haber logrado recuperar su contenido; e imaginemos, para
que la trama resulte aún más impactante, que en el año 2021 esos documentos
vuelven a la luz. Ahora, dejemos de imaginar y comprobemos que una de esas
narraciones inéditas, con el título de Guerra, acaba de ser publicada en
España gracias a la editorial Anagrama, que nos ofrece en la traducción de
Emilio Manzano un documento excepcional, completado con un prólogo de François
Gibault, unas notables explicaciones de Pascal Fouché y varias fotografías de
los manuscritos.
En
esta novela breve, impregnada de un inequívoco aroma autobiográfico, nos
encontramos con el brigadier Ferdinand, que ha resultado herido en un combate
durante la Primera Guerra Mundial y que convalece de sus heridas en un hospital
del norte de Francia. Los dolores que lo afligen son numerosos y terribles,
aunque se refiere de forma especial al constante pitido que tortura su oído, al
que define con un variado repertorio de fórmulas: “abejorro” (p.51), “zumbido”
(p.59), “fanfarria” (p.87), “fábrica” (p.121) o “barullo” (p.135). Consciente
de que vuelve una y otra vez al desagradable tema de los acúfenos, Céline
concluye: “No se acabarán nunca más, solo cuando me muera. Lo siento. Ya sé que
insisto, pero es la melodía que me ha tocado” (p.123). Y fuera de su cabeza el
panorama tampoco es muy halagüeño: cadáveres que se pudren en el campo, después
de la explosión de los obuses; enfermeras que incurren en unas bochornosas
prácticas sexuales necrófilas; mujeres que se prostituyen, incluso con la
connivencia de sus maridos; soldados que se autolesionan para eludir el frente
(y que son fusilados cuando su actuación es descubierta)… Ni siquiera los
padres de Ferdinand salen favorecidos en este retrato (“Nunca he visto u oído
nada más asqueroso que mi padre y mi madre”, p.47).
Un
clima nauseabundo de degradación moral, que Céline retrata desde su propia
degradación moral, con la intención de mostrarnos que todo queda salpicado por
el lodazal turbio e inmundo de la guerra, que extrae de los seres humanos las
miasmas y la podre. Embriagado por la sinceridad, ni siquiera realiza el
esfuerzo de exonerarse a sí mismo de esa vileza: “Ferdinand, apareja tu galera,
deja que se jodan todos estos cretinos, déjate llevar, no creas en nada. Te has
roto más de dos tercios, pero con el trozo que te queda te vas a divertir, deja
que te porte el aquilón favorable. Que duermas o no, tú tambaléate, folla,
cojea, vomita, babea, pustula, febrila, aplasta, traiciona, no te cortes”
(p.86).
Una obra dura, desgarrada, herida abierta y palpitante, que Céline convierte en documento sobre los horrores inefables de la guerra.
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