Cuando me
adentro en un nuevo libro de Miguel Sánchez Robles sé de forma casi exacta lo
que voy a encontrarme dentro, porque su forma de escribir, su estilo, su
espíritu, su modo de codificar el mundo (sea en prosa o en verso) lo conozco,
creo, muy bien. No en vano, he leído una veintena de libros suyos. Pero, sin
embargo, siempre consigue seducirme y perturbarme con la misma contundencia que
lo hizo en mi primera aproximación. ¿Cómo es posible explicar esa doble verdad?
Confesaré sin ambages mi impotencia para hacerlo. Simplemente sé que Miguel me
atrapa casi de inmediato, que me envuelve en la seda lírica de su telaraña, y
que obtiene mi aplauso de forma inapelable. Podría, claro, ponerme estupendo y
hablar del trazado desgarrador de sus personajes, de su lenguaje inesperado y
brillante, de sus metáforas brutales, de sus imágenes insuperables o de su
ritmo hipnótico. Pero creo que lo más honesto y lo más sensato es decir que
Miguel es el dueño de una voz. Nada más. Nada menos. El dueño de una dicción
única e inconfundible, que ha sido reconocida por jurados de toda España y que
aquí cristaliza en el volumen La soledad
de los gregarios, con el que obtuvo el premio Ciudad de Coria del año 2011
y que fue publicado por la Institución Cultural El Brocense, de la Diputación
Provincial de Cáceres.
No diré nada más. No es necesario. Quien ya se haya sumergido en alguna de sus obras, aquí encontrará la belleza que ya conoce. Y para aquellos que no lo hayan paladeado aún, un consejo con la mano en el corazón: están ustedes tardando.
1 comentario:
Pues menos mal que nos ha puesto usted estupendo, profesor, qué maravillosos elogios hubieran salido entonces de sus labios 😁😉💋
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