Luis Sánchez Martín (Cartagena, 1978) es un cuco: redacta un
montón de páginas, les pone como marbete una frase llamativa (Carrera con el Diablo), soborna a un
prologuista (Abel Santos) para que nos convenza de que estamos ante un libro de
poesía y, como remate de la faena, engaña a la editorial Lastura para que
encuaderne y comercialice el producto. Lo que conviene decir bien alto es que
se trata de una tomadura de pelo. Luis miente más que escribe. Esto no es
poesía. Esto es un catálogo de heridas, esto es un cargamento de lágrimas
envasadas al vacío, esto es el balance (triste, desgarrador) que “un triste
contable” traslada al papel y nos envía. Esto es rocanrol. Oh, yeah.
Enumeremos algunas fibras de este tejido: un padre con
“aliento etílico” y al que le produce terror llegar a parecerse; una madre que
va “hasta las cejas de pastillas” y que le regala una paliza el día de la
muerte del abuelo; una voz que reconoce haber estado durante años “viviendo en
la costra”; un viejo profesor que bebe en bares nocturnos llenos de mugre;
reflexiones alrededor de Bukowski o Chet Baker, porque el alcohol y el jazz
pueden bendecirnos con su lucidez; un poema que concibe María Marín y que el
autor redacta; y un siglo XX que, contra la opinión de los famas y los
calendarios, no termina hasta que se apaga por fin la bombillita en la cabeza
de Chuck Berry.
No se entra prevenido en este manglar; y no se sale indemne.
Quien abra las páginas de este libro debe tenerlo claro, para que sea capaz de impregnarse de las amarguras y enseñanzas de este volumen que, finalmente, sí que parece ser de poesía. Y de la buena.
1 comentario:
Qué buen artículo, Rubén, y sin comentario que se encontraba. Aquí tienes el mío.
He tratado con Luis, si bien, debo reconocer, no he leído nada de él. No obstante, lo seguimos por las redes, y es un tipo muy original.
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