Luis Cernuda, el hombre difícil, el personaje de reacciones viscerales e inesperadas que mostraba “su rechazo de puerco espín a los que querían invadir su ámbito íntimo” (I, 13), el poeta más intenso y quizá más incomprendido del 27, es el protagonista de esta biografía en dos volúmenes que Antonio Rivero Taravillo compuso “no tanto por irrumpir en la intimidad del hombre, sino para comprender más cabalmente su obra” (II, 16) y que el sello Tusquets editó, tras haber obtenido el primero de los tomos el prestigioso premio Comillas.
Con ese objetivo tan honestamente expresado, Antonio Rivero lleva a cabo una reconstrucción delicada y enérgica (utilizo ambos adjetivos como deliberados elogios al ensayista) de la vida de Luis Cernuda, llena de pliegues no siempre plausibles y llena también de luces de inolvidable esplendor. Mediante un rastreo detalladísimo a través de epistolarios, memorias, archivos y entrevistas, logra reconstruir (casi como el paleontólogo que invierte infinitas horas en otorgar orden y sentido a los huesos desperdigados de un triceratops) la vida, los viajes, las incertidumbres, las emociones, los instantes de amor, las decepciones del poeta sevillano. También, con enorme honestidad (“Esta biografía de Cernuda no puede ni quiere ser hagiográfica”, nos explica en la página 328 del segundo volumen), Antonio Rivero nos da cuenta de las zonas menos sonrientes del autor de La realidad y el deseo: las envidias, las abruptas rupturas, las descortesías e incluso la sospecha incómoda de que Cernuda pudo protagonizar en 1950 una experiencia pedófila en México. Y es que esta obra “más que reunir cristalitos de colores más o menos vistosos en el calidoscopio, busca componer con los trozos disponibles un espejo de cuerpo entero del poeta” (I, 16).
A lo largo de estas páginas admirables nos dirá que Cernuda fue, en su infancia, “indiferente a los helados” (I, 50); que tomó de ciertos actores cinematográficos muchos de los rasgos que definieron su estética personal (I, 116); que su extrema pulcritud lo llevaba a afeitarse dos veces al día y arreglarse él mismo el cabello, con la ayuda de unos espejos (I, 281); que participó activamente en la defensa de la República (primero, colaborando con las Misiones Pedagógicas; después, con su compromiso antifascista durante la guerra civil); que pasó por Francia y por Inglaterra, antes de instalarse definitivamente en México durante sus últimos años (el clima frío de los países europeos abatía su ánimo); y que murió de un infarto (sin ninguna compañía), tras levantarse y hacer la cama.
Permítanme que le ceda la palabra al propio Antonio Rivero Taravillo, porque el modo bellísimo en que culmina su obra no admite superación: “Evidentemente, Luis Cernuda no está en la fosa 48, fila 4, sector C, del Panteón Jardín; ni está tampoco, o no del todo, en esta biografía. Él escribió: Nadie podrá ya evocar para el mundo lo que en el mundo termina contigo” (II, 347).
1 comentario:
Luis Cernuda, el poeta áspero, que nos decían en clase...va un secreto ahora que no nos oye nadie: a penas le he leído, me incomoda si no estoy predispuesta a sus versos 🙄🤫
Besitos 💋💋💋
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