viernes, 13 de diciembre de 2019

Los lagos de Norteamérica




No sé, de verdad, cómo demonios analizar este libro. No tengo ni idea. Por más vueltas que le doy y por más intentos que hago para aplazar su abordaje, menos claro tengo el asunto. Digamos que el poeta José Daniel Espejo (Joseda) escribe sobre su vida familiar, que gira alrededor de su hijo Martín. Digamos que el chico es autista. Digamos que Joseda sufrió la pérdida de su pareja hace tiempo y que afronta a solas la crianza (que debe hacer extensiva a su otro hijo). Digamos que Martín requiere una atención absorbente, en la que no faltan los días de desesperación, los gritos nocturnos, las dudas sobre la actitud o sobre la medicación que debe emplearse con él, las lágrimas secretas de un padre que se siente muchas veces desbordado y que rema sin fuerzas pero con tenacidad amorosa. Digamos que ahora, cuando el libro se publica en Pre-Textos después de obtener el premio Juan Rejano-Puente Genil, Martín ya no respira.
A partir de ahí, todo es parálisis en los dedos del crítico, del lector, del admirador. Las palabras se antojan insuficientes (como se le antojaban a san Juan de la Cruz) y el libro es contemplado como una purga del corazón (como Cela calificaba su Oficio de tinieblas 5), como un catálogo de estupores o sollozos, como la crónica dolorida de un tiempo aciago.
Y qué más.
No lo sé. Sin ser amigo de Joseda (lo conozco desde hace años, lo leo desde hace años, lo admiro desde hace años, pero afirmar que nos une una amistad personal equivaldría a mentir), siento que podría quedarme delante de él, mirándolo, sin decir nada, y que los ojos se me llenarían de lágrimas y la garganta de silencio. No le diría “campeón”, porque las palabras no deben acumular torpeza sobre el vacío. No le diría “Lo siento”, porque él lo sabe.
El dolor es suyo y los demás (incluso quienes nos encontramos al otro lado de sus páginas, con un nudo en el estómago) tenemos que permanecer callados, ajenos al estropicio íntimo, al desgarro inconsútil que lo mantiene abierto en canal.
Y no, claro que esto no es una crítica literaria. O sí. Yo qué sé. Qué importa. No encuentro otra forma de estar a su lado y decirle al poeta que, aunque desde la distancia, creo que su libro es estremecedor e inolvidable; y que me duele el corazón.

1 comentario:

Paz Monserrat Revillo dijo...

Lo primero ponerme un sombrero para luego podérmelo quitar ante la reseña y el libro reseñado. Después hacerme con el libro para reafirmar mi gesto sombreril y así poder, como propone Rubén, seguir en silencio con conocimiento de causa. Gracias a los dos por mostrarnos unos lagos tan profundos.