He leído
bastantes colecciones de cartas durante las últimas tres décadas, pero no me
cabe la menor duda de que esta edición que han preparado Jeffrey B. Berlin y
Gert Kerschbaumer, que traduce Joan Fontcuberta y que publica Acantilado (2018)
es una de las más completas, fascinantes y seductoras que me ha sido dado
encontrar, sobre todo por las explicaciones que entre carta y carta van uniendo
e hilvanando éstas, para que entendamos bien los detalles biográficos que
alientan en sus líneas. No se trata solamente de que conozcamos qué pensaba
Stefan Zweig de este o aquel escritor, o del nazismo, o de determinados
editores, sino que nos sumerge bajo su piel y bajo la piel de su esposa
Friderike para que sintamos con ellos.
Por
supuesto, abundan los detalles pintorescos e íntimos en estas cartas: los
largos trámites que debieron cumplir para obtener la dispensa que permitiera a
la divorciada Friderike casarse con Stefan; los continuos viajes que emprende
el escritor para dar conferencias por varios países (de las cuales informa con
orgullo a su esposa, a la vez que lamenta con cierta hipocresía su vida
ambulante); todos los detalles de cómo instalaron gas en su casa o las reformas
que en ella se iban proyectando (y que el escritor encarga indefectiblemente a
Friderike, que se ocupa de supervisar y ejecutar, mientras él permanece fuera);
los suicidios de algunos de sus amigos durante la Segunda Guerra Mundial
(preludio de su propio suicidio en febrero de 1942, junto a su nueva esposa
Lotte); etc.
En
particular, me han llamado mucho la atención las continuas referencias del
escritor a sus devaneos eróticos con otras mujeres… y la aceptación sumisa por
parte de Friderike. Por ejemplo, cuando ella descubre que él le está siendo
infiel con la joven Marcelle y le escribe: “Mientras sientas que puedes
compensarme (como siempre has hecho hasta ahora) tus enredos con otras mujeres,
no hay necesidad de que te escondas” (p.63). Por ejemplo, cuando Zweig está
dispuesto a cancelar una conferencia sobre Dostoievski y se encuentra con un
problema: “He tropezado con la secretaria, una muchacha de belleza escultural,
y toda mi fuerza de voluntad se ha ido al traste” (p.146). Por ejemplo, cuando
le comunica a su esposa que está hospedado en un hotel “con una cama
peligrosamente grande” (p.153). Por ejemplo, cuando su esposa le indica en
junio de 1923: “Tráeme una foto de ella para que yo vea hacia dónde se
encaminan tus gustos” (p.170). Por ejemplo, cuando Stefan le habla de unas
muchachas danesas “con quienes me he estado reuniendo inocentemente (bueno,
sólo a medias)” (p.172). Por ejemplo, cuando le habla de dos jóvenes alemanas
“que están dispuestas a compartir la ancha cama conmigo” (p.192).
También
descubrimos los momentos más decaídos de Zweig (“No me engaño con sueños de
inmortalidad y conozco el valor relativo que tiene toda la literatura que yo
puedo hacer. No creo en la humanidad y muy pocas cosas me alegran”, p.203); sus
relaciones con Freud, Einstein, Thomas Mann o Schrödinger; las quejas dolidas
de Friderike cuando se siente minusvalorada (“Desde que estás conmigo, querido,
tu trabajo ha ido progresando siguiendo una cadena ininterrumpida, y yo, aunque
no sea taquimecanógrafa, te he dado cuanto necesita un artista para trabajar en
un ambiente de tranquilidad. Eso es cosa que no viene sola. No la subestimes
por el hecho de que preferirías hacer de mí una taquimecanógrafa precisamente
ahora que me empiezan a blanquear los cabellos”, pp.300-301); sus petulancias
jactanciosas, disfrazadas de sencillez (se queja de una gira de charlas con
esta frase: “Por desgracia tengo que firmar a diario quinientos libros y casi
tengo calambres”, p.366); o de cómo conoció al catalán Salvador Dalí
(“personaje singular”, lo define en la p.296).
Un
epistolario abrumadoramente revelador sobre el escritor vienés.
1 comentario:
En efecto, una de las más completas, fue un auto regalo perfecto, cómo se nota que conozco mis gustos 😂💋
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