Quizá una
de las injusticias más absurdas y flagrantes que se vertieron sobre el
granadino Francisco Ayala la perpetró Paco Umbral al escupir que era la menor
cantidad de escritor que cabía dentro de un escritor. Pero al ingenioso veneno
de ese dictamen se puede oponer un eficaz contrapeso: la lectura de cualquiera
de sus libros, donde se desmiente con rotundidad el presunto acierto de la
etiqueta. Por ejemplo, la colección de relatos que lleva por título Los usurpadores, que cobija siete
historias primorosamente memorables.
¿Qué se
le puede objetar a “San Juan de Dios”, la conmovedora historia del soldado que
descubre la luz de la fe y reconduce su vida por senderos piadosos? ¿Quién no
disfrutará literariamente —y aprenderá sobre la historia medieval española— con
las páginas de “La campana de Huesca”, donde Ramiro el Monje deberá asumir las
riendas de un poder monárquico que nunca ha anhelado ni requerido? ¿Cómo no
quedar pensativo con el trasfondo de “Los impostores”, que nos habla de un
hombre que pretende ser el rey luso don Sebastián, desaparecido durante la
batalla de Alcazarquivir y que retorna para exigir sus derechos? ¿De qué manera
no quedar subyugado por la excelencia casi etérea —la levedad argumental es
asombrosa— de “El Hechizado”, resumen espléndido de la burocracia y la
decadencia imperial de una España erosionada por la desidia? ¿Y quién no
tragará saliva tras escuchar la voz enterrada de quienes han muerto en un
combate (en todos los combates) y charlan, profundos y desengañados, bajo la piel
yerta del campo?
Incuestionable
y convincente, la literatura de Francisco Ayala despliega toda su musculación
en el terreno donde quizá más cómodo se encontraba: el mundo del relato. Cómo
no aplaudir.
1 comentario:
Umbral, a veces, se dejaba llevar por su ego exacerbado y metía la pata hasta el corvejón. Bien reivindicado don Francisco.
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