La
yeclana Pura Azorín, tras haber cursado estudios de Filología Románica y haber
obtenido algunos galardones de importancia por sus cuentos (el Gabriel Miró en
1991, el Diario de León en 1993, etc), se reveló también como cultivadora de la
novela corta tras obtener el XIX premio Gabriel Sijé (certamen en el que se
impuso a José Carlos Somoza) con su pieza Los
restos del naufragio.
Es un
relato conmovedor y muy bien estructurado donde se nos cuenta la historia de
Óscar, el profesor de griego de un instituto “perdido entre La Mancha y
Levante” (p.29), que acaba de morir. Gracias a unas notas que dejó redactadas
(y que ahora lee conmovido su amigo Tomás), tenemos acceso a los pormenores
melancólicos de su estancia en ese pueblo, de la astenia que lo acongojaba, de
su amistad profundísima con Celia, de su amor por Lluís (un joven modelo del
que se terminó separando) y de su imparable y doloroso declive físico causado
por la enfermedad.
Esos
papeles, esos restos del naufragio vital de Óscar, constituyen la médula de un
relato sólido, que no se pierde en sensiblerías ni presenta altibajos
narrativos dignos de reseñarse.
La
localización geográfica que Pura Azorín elige para ambientar su historia es
inequívocamente yeclana: nos habla de los libricos (conocido postre local) en
la página 40; de la Sierra del Cuchillo en la 48; o de la iglesia de san
Francisco en la 89. Igualmente, podría detectarse un guiño al novelista José
Luis Castillo-Puche en la página 74, cuando uno de los personajes dice: “Yo,
como todos, también llevo la muerte al hombro”.
Interesante
narración.
1 comentario:
Esta vez no me pillas en bragas 🤭 leí esta novela no hace mucho y me gusta mucho, como los libricos, me encantan, mmmmmmm 😉💋
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