En 1956
nació en Caravaca de la Cruz un joven al que pusieron por nombre José María
Rafael Corbalán García, y que muy pronto iba a desarrollar unas inquietudes
precoces y fuera de lo común; sobre todo, la música y la poesía. Un penoso
accidente de tráfico segó su vida en 1979, cuando aún no había cumplido los
veintitrés años. Tras su muerte, quedaron como testimonio de su hacer poético y
prosístico un buen montón de páginas que el profesor Javier Orrico (amigo de
juventud de José María) tuvo la paciencia de ordenar, anotar y sacar a la luz
en la Editora Regional de Murcia, bajo el título de Los años borrachos.
En este
volumen disparatado, creativo, juguetón y emocionante entra también un pequeño
caudal de fotografías que Javier Orrico exhuma de sus álbumes, y donde puede
verse no sólo la evolución física (necesariamente, tristemente breve) del
escritor, sino también los rostros de algunos de sus amigos mejores: Jesús
López, Alfredo García Beléndez o el propio Javier.
¿Y qué
decir de esta colección de poemas y cuentos, sino que son de una belleza
convulsa, brincadora, eléctrica? Hay textos escritos con líneas quebradas, en
diagonal, en forma de pirámide; textos donde se vulneran de manera consciente y
sacrílega una amplia porción de reglas gramaticales; textos donde se manifiesta
el fervor por determinadas músicas y autores (en especial, Brian Eno y Robert
Fripp); textos donde se nos habla con gran misterio de “las tres direcciones
del fracaso” (p.64), donde se juega con nuestro idioma para referirse a unas
ambulancias “idénticamente diferentes” (p.75) y donde se escriben versos locos,
versos descoyuntados, versos llenos de metáforas y desafío.
En sus
líneas advertimos una explosión de creatividad y un afán casi infinito de
probar caminos, de buscarse mediante el ejercicio taumatúrgico de la escritura
(la auténtica poesía es siempre un tablero ouija del corazón). Habitan en estas
doscientas páginas los zarpazos, los fogonazos de luz en la noche, los
experimentos formales y temáticos de una mente en ebullición, que quiso
adelantarse a su tiempo mediante el ejercicio desenfadado de las vanguardias,
pero que también esmaltó endecasílabos tan hermosos como ese “He detenido el
tiempo para ti” que figura en la página 58.
Nunca
sabremos a ciencia cierta hasta dónde podría haber llegado esta voz si el
Tiempo, misericordioso, le hubiera permitido andar durante más años por el
sendero de la poesía.
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