jueves, 24 de enero de 2019

La torre de las tortugas




Ángela Álvarez Sáez (Madrid, 1981), que obtuvo con esta obra el IX Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal, recurre a la anécdota que reprodujo Stephen Hawking en la primera página de su Historia del tiempo: la de una señora que, tras escuchar una conferencia científica, intentó convencer al ponente de que todas las especulaciones de los astrónomos estaban equivocadas, y que el mundo, en verdad, no respondía a sus cálculos geométricos y orbitales, sino que era simplemente una superficie plana sustentada por una columna de tortugas. ¿Por qué elige esta anécdota risible la poeta madrileña? Creo que lo hace para decir que la realidad no tiene por qué ser como nos cuentan; y que toda voz joven puede (y quizá debe) rebelarse contra los convencionalismos, y proclamar su verdad paralela, su modo distinto de re-crear el mundo desde posiciones libérrimas.
En este volumen, publicado con exquisitez por la editorial Hiperión, donde la poesía se desborda en oleajes que adquieren forma de prosa, encontramos un caudal de propuestas que se confunden y se enriquecen entre sí: elementos oníricos, aproximación y mezcla de diversas pulsiones culturales (los asirios se unen a Faulkner, Janis Joplin comparte espacio con Mozart). Y Ángela Álvarez elige para organizar este bombardeo de imágenes una estructura orgánica dividida en cinco bloques, que coinciden con los cinco sentidos (“Algunos poemas son capaces de producir sensaciones en cada parte del cuerpo”, nos dice en la página 43). Pero, curiosamente, da la sensación de que ordenase “al revés” la intensidad poética de estos bloques: olfato, gusto, tacto, oído, vista. De esta original manera, es como si la obra creciese en lirismo, iluminándose desde dentro y poblándose de ritmos y de colores, y llega a adquirir una densidad de imágenes que anonada por su madurez y contundencia (“El silencio como una aspirina efervescente en un vaso en el que todavía no hemos vertido el agua”, nos indica en la página 50).
La autora renuncia a la métrica, a la rima e incluso a la servidumbre más bien aherrojante de las cárceles estróficas; y se deja llevar por una influencia letánica que le viene muy bien al espíritu de la obra, llena de oxígeno joven. Igualmente, llamará la atención de quien recorra las páginas de este libro su enorme poder verbal, y la manera seductora en que la poeta busca su propia metafísica (“Hasta que no crucé la línea trazada entre la gramática y el presente no tuve conciencia de estar sangrando”, página 54).

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Solo con tus recomendaciones tengo ya una lista que parece los rollos del Mar Muerto 😁
Y claro, una más.

Besitos 💋💋💋