Es cierto
que fray Gabriel Téllez fue un dramaturgo magnífico, que influyó de notable
manera en el desarrollo escénico español del siglo XVII y que redactó obras
excelentes, como El condenado por
desconfiado o Don Gil de las calzas
verdes. Mi admiración, en ese ámbito, la tiene garantizada. Pero desde que
me ocupo de insertar en este blog mis opiniones sobre los libros que voy
leyendo siempre he respetado una consigna inquebrantable: decir la verdad. O,
para ser más exactos y menos petulantes: mi verdad. También ahora lo haré.
He leído
el auto sacramental El Colmenero divino
y, con franqueza, creo que resulta un texto estomagante y difícil, apto para
muy poquitos paladares. Al principio, Tirso de Molina apuesta por la
originalidad (él mismo nos advierte de “la novedad de la metáfora”),
mostrándonos a los personajes bíblicos (Adán, Eva, Caín, san Pedro, Judas) como
sucesivos jugadores en una larga partida de cartas; pero pronto esa inventiva
se va apagando y el mercedario se desliza hacia unas posiciones literarias y
teológicas mucho más convencionales. Comienza entonces a hablarnos de un
colmenero que decide instalarse en la zona pero que muestra su inquietud por la
presencia de un feroz oso, que quizá destroce sus cuidados panales. Escasas
docenas de versos nos bastarán para comprender que el citado colmenero es el
Colmenero, que el oso representa al Diablo y que las tímidas abejas son las
almas, perturbadas por las tentaciones sensuales del Mundo pero que, finalmente
y como no podía ser de otro modo, acaban volviendo al redil con luz en los ojos
y éxtasis en su corazón, mientras cantan alabanzas al Altísimo.
Muchos
bostezos garantizados.
1 comentario:
Ya bostezo bastante últimamente como para echar más leña al fuego 🙄
Tirso Tirso, que saborío eras...😅
Besitos 💋💋💋
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