Cuando
las convicciones se desmoronan, cuando las certezas son erosionadas sin
compasión por el viento de la realidad, el ser humano ingresa en el
desconcierto: mira a su alrededor y no encuentra sitio donde poner los ojos que
no sea, como indicó el clásico, reflejo de la muerte: pobreza, ruinas,
sordidez, paraísos artificiales, rabia, violencia, decepción… Los protagonistas
de la novela “El cielo de Kaunas”, de
Jesús Zomeño (Contrabando, 2018), experimentan de un modo angustioso esas
sensaciones en la Lituania postsoviética, y conforman una trama pegajosa,
incómoda, de hilos sucios y hedor fétido.
En un
lado del triángulo argumental tenemos a un anciano viudo que, después de haber
sido francotirador de elite en la campaña represiva de Checoslovaquia de 1968,
languidece como vigilante en el Museo Militar de Kaunas. El mundo que lo rodea
se le antoja tan insatisfactorio, tan burdo, tan infiel a los sacrosantos
principios del comunismo que decide comenzar una oleada de asesinatos para
llamar la atención de sus congéneres sobre la decadencia que los acongoja. En
el segundo lado nos encontramos con Yuri y Vladik, dos jóvenes delincuentes que
fuman marihuana, delinquen, practican sexo brutal en sitios inverosímiles y, en
una acción que tiene mucho de suicidio, roban un abultado alijo de cocaína que
los convertirá en objetivo de una implacable persecución. Y en el tercer lado,
para cerrar la figura, nos encontramos con un policía español que acude a la
ciudad en busca de la imagen fantasmal de una mujer que lo tiene atormentado y
que lo conducirá hasta un quiosco de prensa regentado por Pilypas, padre de la
muchacha.
Con un
manejo envidiable de los ritmos narrativos y del retrato ambiental, Jesús
Zomeño nos va llevando de la sorpresa a la irritación, del desasosiego a la
zozobra, y nos introduce en un mundo cuyas líneas torcidas y escabrosas no
llegamos a entender cabalmente, por encontrarnos inmersos en una sociedad muy
distinta a la que en estas páginas se dibuja. Pero esos cuadros descriptivos y
esos personajes muestran tanto vigor que resulta imposible apartarse de ellos,
hasta descubrir el delta en que sus historias desembocan.
Sumergirse
en ciertos lodazales y salir literariamente victorioso es privilegio de los
grandes narradores, como lo es sin duda Jesús Zomeño.
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