Resulta
curioso que, no gustándome nada viajar, me gusten tanto los libros de viajes,
los volúmenes donde quienes sí frecuentan paisajes distintos, países que no son
el suyo y atmósferas diferentes, anotan sus impresiones. Me ha vuelto a ocurrir
con el tomo Las voces de Marrakesh,
de Elias Canetti, que traduce José-Francisco Yvars y publica el sello
Pre-Textos.
En sus
páginas me he paseado por el mercado de camellos ante la muralla en
Bab-el-Khemis; he visitado bazares de especias y marroquinería; he asistido a
través de los ojos y los oídos del escritor búlgaro al espectáculo interminable
del regateo (“Podríamos pensar que existe mayor variedad de precios que
personas distintas sobre la Tierra”); he escuchado la salmodia repetitiva y
hasta cierto punto hipnótica de los ciegos que mendigan en la ciudad; he sabido
de la inconveniencia de hablar en la calle a las mujeres que llevan velo; he
conocido algunos vericuetos del barrio judío (el Melah); he contemplado con
respeto los minaretes (“Faros habitados por una voz”); y me ha asombrado, sin
entender el idioma (como a Elias Canetti, que tampoco lo entendía), el poder
seductor de los cuenteros del mercado.
Ese
mundo abigarrado, especial, tórrido, donde se abrazan la felicidad y el hambre,
la pobreza y la dignidad, queda retratado bellamente en un volumen que me
siento dichoso de haber encontrado y leído.
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