El cine
nos ha procurado, desde hace décadas, una imagen muy definida del mito de
Guillermo Tell, así que intentar eludir ese condicionante a la hora de
acercarnos hasta su formulación literaria por parte de Friedrich von Schiller
(1804) resultaría de todo punto absurdo: el arquero suizo al que el abominable
gobernador Gessler obliga a ensartar con una flecha la manzana que reposa sobre
la cabeza de su hijo… y las consecuencias que esta cruel acción comporta.
Puestos a
ser honestos, y juzgando esta obra dramática desde la óptica lectora de 2018,
la verdad es que todo se resume en eso, porque las circunstancias históricas y
ambientales de la pieza, la enumeración de los personajes reales que aparecen
(y que son descritos en notas a pie de página) y las consecuencias políticas de
los sucesos narrados nos resultan tan lejanas, tan desdibujadas, que las
llegamos a conocer pero no a sentir,
con lo cual queda invalidado en buena medida el poder revolucionario de su
argumento. O, dicho de un modo más sintético: la anécdota del disparo con la
ballesta es lo único que se salva de este drama, dos siglos después.
Es
bonito, desde luego, que Gertrudis le hable a su marido y le diga: “Soy tu fiel
esposa y exijo la mitad que me corresponde en tu tristeza” (acto I, escena II);
es bonita la bendición que el barón Von Attinghausen dispensa sobre el hijo de
Tell (“De esta cabeza, sobre la que estuvo la manzana, os florecerá una
libertad nueva y mejor; lo viejo cae, los tiempos cambian, y una nueva vida se
alza de las ruinas y crece”, acto IV, escena II); es bonita la fórmula que el
arquero pronuncia para explicar que ha sido la decisión ignominiosa de Gessler
la culpable de su ira (“En efervescente veneno de dragón me has transformado la
leche de mis piadosos pensamientos”, acto IV, escena III)… Pero, a la postre,
sólo esa secuencia intensa y famosísima reclama todavía nuestra atención y nos
embriaga: el hijo mostrando su gallardía y su confianza en el pulso del padre;
éste, temblando y pidiendo al inflexible gobernador que modere su saña; la
saeta volando hacia su objetivo. El resto es charcutería histórica, tan
aburrida para el lector actual que ni las notas bienintencionadas del traductor
(Justo Molina, profesor de la universidad de Innsbruck) consiguen activar su
interés.
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