Me suelen
desagradar las obras literarias que nacen con espíritu pretencioso: aquéllas
que nos gritan constantemente su condición excelsa para que ni por descuido
cometamos la osadía de ignorar su esplendor. Ante ellas, la pereza me envuelve
y el rechazo (un rechazo que quizá resulte injusto en algunos casos, pero que
no me siento con fuerzas para soslayar) me domina. Jorge Luis Borges me
suministró, hace años, la frase perfecta para combatir esos excesos de petulancia:
“Tanta soberbia el hombre, y no sirve más que para juntar moscas”.
Por
suerte, también existen los otros libros: los que nos proponen su mensaje y su
texto desde la normalidad, desde el humor, desde la ironía, desde la sencillez.
Y esos cuentan con mi simpatía. Es el caso de los aforismos que aparecen en
este Diario de un vago, que Andoni
Sarriegi ve publicado bajo el sello Liliputienses y que ocupa menos de noventa
páginas. La confesión epilogal de que sus líneas fueron redactadas entre 2002 y
2018 sirve de justificante para el sorprendente título humorístico o masoquista
de la obra.
Y oigan:
este delgado volumen contiene hallazgos muy estimables: exabruptos apolíneos
dominados por la misantropía (“A mí no me gustan las fiestas porque me pongo
perdido de gente”, “Si no estoy solo, me aburro”), sentencias paradójicas (“No
siempre estoy de acuerdo con mis propias opiniones”), sonrientes resúmenes
domésticos (“Reflexión sobre la pareja a los seis meses de ser padre: Antes éramos dos, ahora son dos”), apuntes de gran interés sobre la
finitud (“Nunca sabremos de qué hemos muerto”, “Al morir, no había dejado de
sufrir: había dejado de ser”, “Morirse es olvidarse de los muertos”, “Tal vez
hayamos visto hoy a alguien que ya no existe”) e incluso diapositivas verbales de
amarga condición autobiográfica (“Greguería del neurólogo al diagnosticar a mi
hermano un tumor cerebral: La epilepsia
es el estornudo del cerebro”, “Gracias a mi anciano padre por dejar que me
convierta en el suyo”).
Un libro
delgado, sí, pero también delicado, sutil, sonriente, triste, profundo, de alto
refinamiento y hermosos ventanales líricos, que me parece recomendable.
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