Cada vez
que alguien abomina de la autoficción, del realismo sucio, de la poesía de la
experiencia o de cualquier otra franja de la literatura, más o menos situada en
el centro de la moda, me viene a la mente la frase de Fernando Lázaro Carreter
que tanto le gustaba repetir a Francisco Umbral: “La literatura está en el
cómo”. Es decir, que quien no centra su atención lectora en el cómo de los libros está incurriendo en
un lamentable error.
Si
tratamos de resumir Ronda del Guinardó,
del maestro Juan Marsé, desde el punto de argumental nos resultará tan fácil
como inútil: en mayo de 1945, un policía español que está a punto de jubilarse
tiene que llevar a una adolescente huérfana llamada Rosita hasta el Clínico,
donde le espera el cadáver del hombre que, presuntamente, la violó dos años
atrás, para ver si lo reconoce. Punto final. Nada más. Y todo el transcurso
novelístico consiste en observar cómo el inspector y la muchacha van caminando
por las calles de Barcelona, camino del Depósito.
Ese
análisis superficial nos llevaría a una interpretación errónea: confundir los
hechos con la narración (y con la simbología) de los hechos. Porque lo que
Marsé nos está mostrando con este viaje walseriano por la Ciudad Condal son los
cascotes de la aún humeante postguerra: la miseria unánime, los miedos
terribles, el estraperlo, la sexualidad sórdida, la impune violencia policial…
Y va dejando que esas imágenes poderosas, agrias, incómodas, rezumen en cada
párrafo y se introduzcan en la mente de los lectores, para crearles un dibujo
imborrable de aquel tiempo de pesadilla: la vieja que tuesta café a escondidas
para venderlo en el mercado negro y sacarse unos céntimos, el obrero al que la
simple voz de un agente de la ley le provoca escalofríos, un cojín con los colores
de la bandera catalana que el comerciante tiene que retirar del escaparate so
pena de ver su negocio clausurado, las quemaduras de cigarrillos en el cuerpo
de un presunto suicida (que nos hacen comprender la auténtica razón de su
muerte)…
Con un
viaje lleno de símbolos y de guiños históricos, psicológicos y políticos, Juan
Marsé construye una novela en la que no ocurre nada pero en la que se dice
todo. Es el triunfo de la inteligencia literaria. Es el rubí tallado por un
maestro.
1 comentario:
Cómo se dice en mi tierra: no te digo ná y te lo digo tó.
Grande Marsé, muy grande.
Besitos 💋💋💋
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