jueves, 22 de noviembre de 2018

Ronda del Guinardó




Cada vez que alguien abomina de la autoficción, del realismo sucio, de la poesía de la experiencia o de cualquier otra franja de la literatura, más o menos situada en el centro de la moda, me viene a la mente la frase de Fernando Lázaro Carreter que tanto le gustaba repetir a Francisco Umbral: “La literatura está en el cómo”. Es decir, que quien no centra su atención lectora en el cómo de los libros está incurriendo en un lamentable error.
Si tratamos de resumir Ronda del Guinardó, del maestro Juan Marsé, desde el punto de argumental nos resultará tan fácil como inútil: en mayo de 1945, un policía español que está a punto de jubilarse tiene que llevar a una adolescente huérfana llamada Rosita hasta el Clínico, donde le espera el cadáver del hombre que, presuntamente, la violó dos años atrás, para ver si lo reconoce. Punto final. Nada más. Y todo el transcurso novelístico consiste en observar cómo el inspector y la muchacha van caminando por las calles de Barcelona, camino del Depósito.
Ese análisis superficial nos llevaría a una interpretación errónea: confundir los hechos con la narración (y con la simbología) de los hechos. Porque lo que Marsé nos está mostrando con este viaje walseriano por la Ciudad Condal son los cascotes de la aún humeante postguerra: la miseria unánime, los miedos terribles, el estraperlo, la sexualidad sórdida, la impune violencia policial… Y va dejando que esas imágenes poderosas, agrias, incómodas, rezumen en cada párrafo y se introduzcan en la mente de los lectores, para crearles un dibujo imborrable de aquel tiempo de pesadilla: la vieja que tuesta café a escondidas para venderlo en el mercado negro y sacarse unos céntimos, el obrero al que la simple voz de un agente de la ley le provoca escalofríos, un cojín con los colores de la bandera catalana que el comerciante tiene que retirar del escaparate so pena de ver su negocio clausurado, las quemaduras de cigarrillos en el cuerpo de un presunto suicida (que nos hacen comprender la auténtica razón de su muerte)…
Con un viaje lleno de símbolos y de guiños históricos, psicológicos y políticos, Juan Marsé construye una novela en la que no ocurre nada pero en la que se dice todo. Es el triunfo de la inteligencia literaria. Es el rubí tallado por un maestro.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Cómo se dice en mi tierra: no te digo ná y te lo digo tó.
Grande Marsé, muy grande.

Besitos 💋💋💋