Si usted
no siente adoración por los libros, absténgase de leer esta obra. Se lo digo
con toda la sinceridad del mundo. No va a entender nada. Todo lo que encuentre en
estas páginas va a parecerle una colección de extravagancias, un dislate tras
otro, una afición enfermiza, una pose diletante, un absurdo protagonizado por
personas que, pudiendo dedicarse a otros menesteres más lucidos emplean sus
horas en dejarse las pestañas sobre colinas de volúmenes desordenados,
variopintos y, en la mayor parte de las ocasiones, insignificantes.
Si usted
no siente adoración por los libros no entenderá al jerezano Juan Bonilla
metiéndose en docenas de librerías de viejo, llenándose de polvo las manos,
revolviendo en montones informes de letra impresa, en poemarios atropellados
por el curso de los años, en ediciones maltrechas o malheridas por la humedad o
los roedores. Ni entenderá por qué se avino a acudir a mercados donde las maras
provocaban tiroteos y podía peligrar gravemente su vida. Ni entenderá tampoco que
penetrase en una librería-peluquería (espacio quizá único en el mundo) o que
coleccione todas las ediciones posibles de la Lolita de Nabokov, en idiomas que ignora.
Si usted
no siente adoración por los libros será incapaz de entender por qué los libros
se alinean en dos o tres filas en las estanterías de su casa y por qué, pese a
esa gravitación sofocante, continúa metiéndose en subastas de Internet para
conseguir más; por qué siente una felicidad casi orgánica cuando un libro
largamente buscado aparece en la voz telefónica de un librero de Lima, que está
dispuesto a guardárselo; por qué mantiene desde hace años un largo listado de
volúmenes pendientes de adquisición y lo considera su biblioteca secreta.
Si usted
no siente adoración por los libros no será capaz de apreciar la infinita
belleza de las fotografías que adornan esta obra, donde encontramos los rostros
de iconos de la bibliofilia (Abelardo Linares) y degustadores fervorosos del
género (Andrés Trapiello o Juan Manuel Bonet), pero también lugares legendarios
que se relacionan con ese mundo gutenbergiano (como la librería Strand, el
Rastro madrileño o Encantes de Barcelona), así como cubiertas míticas de
volúmenes no menos míticos.
Si usted
no siente adoración por los libros no se adentre en La novela del buscador de libros. Hágame caso. Se podría contagiar
de una enfermedad peligrosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario