Sentía
curiosidad, desde hace algunos años, por sumergirme en alguna novela de Manuel
Pimentel, pero reconozco que nunca había activado el resorte de salir a
buscarla premeditadamente en una librería. Me ocurre con algunos autores y no
tiene más explicación. Es así y he aprendido a aceptar esa especie de “expectación
surrealista”, como si confiase en que el azar obrara el milagro del encuentro.
Por fin, adquirido el volumen El librero
de la Atlántida, he podido cumplir con él la ceremonia de la lectura.
En
síntesis, diré que me ha resultado entretenida, pero que no creo que se trate
de un volumen valioso desde el punto de vista literario. La idea de que los
restos de la Atlántida se encuentren en Andalucía, arrasados por una crecida
marítima que convirtió la floreciente ciudad en una ciénaga y, posteriormente,
en una zona sepultada de tierra, es sugerente; y Pimentel aporta numerosas
referencias del mundo arqueológico, literario y cultural que parecen darle un
aire de credibilidad a su tesis. Además, construye una trama solvente, donde la
acción se desarrolla en dos planos (presente y pasado) y observamos en ambos
una serie de elementos de intriga, de amor, de ambición y de misterio bien
organizados. Hasta ahí, sin problema.
Pero el
panorama se enturbia bastante cuando la obra es juzgada desde el punto de vista
estético: los diálogos resultan muchas veces forzados o incluso pedantes
(discursos llenos de referencias eruditas que desde luego sirven para informar
al lector pero que no resultan creíbles en boca de los personajes), la
construcción de las escenas es manifiestamente mejorable y, sobre todo, incurre
en anonadantes fallos: disparatada utilización de algunos verbos (“infrinja”
por “inflija”), mal uso de las preposiciones (“sentados en una mesa”),
frecuentes galicismos (“operación a firmar”, “partido a jugar”), expresiones
erróneas (“El despertador tocó a arrebato”), desconocimiento de la conjugación
de los imperativos (“No dañadla con vuestros golpes”) e incluso algún “detrás
tuya” que abofetea las pupilas de los lectores. En ese plano se cabecea
afirmativamente menos veces y se traga saliva muchas más.
Ignoro si
en el futuro volveré a bucear en otra de sus novelas. Si lo hago, tengo
clarísimo que en el caso de encontrar en las primeras páginas una barbaridad
del tipo de las arriba indicadas no me molestaré en seguir leyendo.
1 comentario:
De Pimentel he leído el arquitecto de Tombuctú y me gustó más de lo que esperaba, para que veas, este que nombras no lo he leído pero sí que leí alguna reseña de él, así que chico, se empieza el melón...😉
Besos 💋💋💋
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