miércoles, 18 de abril de 2018

Monte Sinaí




Ser quebradizos forma parte de la condición humana. Francisco Umbral escribió una vez que, dada la multimillonaria cifra de nuestras células, nervios, conexiones neuronales, hormonas, órganos y vasos sanguíneos, lo sorprendente era estar sano. Tenía, desde luego, razón. Y como los peajes hay que aceptarlos con la resignación mansa de la inteligencia, he aquí que el escritor José Luis Sampedro nos ofrece en las páginas de este Monte Sinaí su experiencia en el mundo hospitalario norteamericano, en el que tuvo que buscar auxilio cuando sus problemas cardíacos comenzaron a dar síntomas de que el final pudiera estar próximo.
Acompañado por su hija y puesto en manos de los doctores del centro, el novelista barcelonés nos va detallando la crónica de su estancia, que comenzó de forma atropellada (“Tan pronto estaba tapado como semidesnudo, yacente como incorporado, en mi cama o rodando hacia un electro o un ecocardiograma”) pero que luego, en los momentos de silencio y de pausa, le permitió rememorar su niñez y realizar un inevitable balance de todo lo que llevaba vivido.
Tras una lectura de José de Sigüenza, en la que este pensador divide la vida en diez setenarios, Sampedro trata de localizar los puntos de inflexión que han ido marcando las etapas de su propia existencia y llega a la conclusión de que su paso por el Monte Sinaí abrirá sin duda la última, evidencia que no le provoca ningún desánimo, sino una aceptación estoica.
Salpicado de interesantes ideas sobre las relaciones humanas, sobre religión (“La misma idea de ‘pecado’ es falsa en su origen: si Dios existe, pensar que el hombre puede ofenderle es rebajarle mucho a Él y sobrevalorar demasiado al hombre”) y sobre el sentido de la lucha (“Ya he escrito las novelas que llevaba dentro y he viajado a todos mis orígenes […]. Y cuando mi vida me parece cumplida y rematada, ¿para qué la libertad? ¿para qué la vida misma?”), este breve texto, donde narración, reflexión y recapitulación se mezclan inextricablemente, adquiere un delicado valor como testimonio prefinal del autor de La sonrisa etrusca. Una lectura sin duda aconsejable.

No hay comentarios: