Ser
quebradizos forma parte de la condición humana. Francisco Umbral escribió una
vez que, dada la multimillonaria cifra de nuestras células, nervios, conexiones
neuronales, hormonas, órganos y vasos sanguíneos, lo sorprendente era estar
sano. Tenía, desde luego, razón. Y como los peajes hay que aceptarlos con la
resignación mansa de la inteligencia, he aquí que el escritor José Luis
Sampedro nos ofrece en las páginas de este Monte
Sinaí su experiencia en el mundo hospitalario norteamericano, en el que
tuvo que buscar auxilio cuando sus problemas cardíacos comenzaron a dar
síntomas de que el final pudiera estar próximo.
Acompañado
por su hija y puesto en manos de los doctores del centro, el novelista
barcelonés nos va detallando la crónica de su estancia, que comenzó de forma
atropellada (“Tan pronto estaba tapado como semidesnudo, yacente como
incorporado, en mi cama o rodando hacia un electro o un ecocardiograma”) pero
que luego, en los momentos de silencio y de pausa, le permitió rememorar su
niñez y realizar un inevitable balance de todo lo que llevaba vivido.
Tras una
lectura de José de Sigüenza, en la que este pensador divide la vida en diez
setenarios, Sampedro trata de localizar los puntos de inflexión que han ido
marcando las etapas de su propia existencia y llega a la conclusión de que su
paso por el Monte Sinaí abrirá sin duda la última, evidencia que no le provoca
ningún desánimo, sino una aceptación estoica.
Salpicado
de interesantes ideas sobre las relaciones humanas, sobre religión (“La misma
idea de ‘pecado’ es falsa en su origen: si Dios existe, pensar que el hombre
puede ofenderle es rebajarle mucho a Él y sobrevalorar demasiado al hombre”) y
sobre el sentido de la lucha (“Ya he escrito las novelas que llevaba dentro y
he viajado a todos mis orígenes […]. Y cuando mi vida me parece cumplida y
rematada, ¿para qué la libertad? ¿para qué la vida misma?”), este breve texto,
donde narración, reflexión y recapitulación se mezclan inextricablemente,
adquiere un delicado valor como testimonio prefinal del autor de La sonrisa etrusca. Una lectura sin duda
aconsejable.
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