Hace años
que leo con admiración y con aplauso a Ángel Manuel Gómez Espada (Murcia, 1972),
sobre todo en el ámbito de la poesía, así que mientras espero la aparición de
su trabajo Postales en un cajón de
galletas (premio Dionisia García del año 2014. ¿Ninguna editorial se ofrece
para publicarla?) he tenido el placer de devorar las páginas de Ventana de emergencias, que acaba de
salir bajo el sello Huerga & Fierro.
Allí,
después de prorrumpir en una irónica invocación inversa (“No vengas,
Inspiración, esta mañana”), el escritor medita en profundidad, analiza el mundo
que nos rodea, percibe sus ignominias, rescata su belleza, alza el dedo y toma
la palabra para formular sus preguntas o para comunicarnos sus conclusiones.
¿Por qué nos dejamos engañar creyendo que la vida es todo aquello que nos
vomitan los informativos de televisión, con su macabra urgencia dirigida? ¿Por
qué nos creemos su panoplia de mentiras interesadas? ¿Por qué no comprendemos
que estar aturdidos es el primer paso de estar controlados? A veces, basta con
apartar los ojos de la “realidad” que nos quieren imponer para que ésta quede
anulada (“No hay fronteras / cuando cerramos los ojos”). El silencio o la
pasividad de las víctimas posibilita que los más brutos, los más ineptos o los
más miserables se alcen con la victoria y perturben el mundo con sus miasmas.
Por eso hay que mantener una actitud vigilante ante los mezquinos y, sobre
todo, ante los idiotas, porque “tus dudas les conceden el poder”.
Los
ciudadanos normales y corrientes (usted o yo) representamos para el Poder lo
que san Sebastián para los arqueros romanos: un blanco cómodo que no ofrece
movilidad ni resistencia. Así que sus representantes invierten enormes dosis de
dinero y propaganda para hacernos creer que las cosas funcionan bien y que no
deben ser alteradas. Un miedo sabiamente manipulado nos ha convertido en
residuos: “Lo dicen las estadísticas: /el noventa y nueve por ciento somos
spam. / Bienvenido al nuevo orden mundial. / Bienvenido a su bandeja de
indeseados”.
Recurriendo al humor, al
análisis lúcido y exhaustivo, a la mirada limpia de prejuicios, a la disidencia
del observador inteligente, el poeta nos deja bien claro en estas páginas
magistrales que conviene mantener la mente despierta y, sobre todo, un dedo siempre
enarbolado: el índice (para preguntar) o el medio (para disentir). Cuando los
dos estén enhiestos sabremos que hemos conseguido nuestros objetivos.
1 comentario:
Hola!
De nuevo me pillas in albis... lo anotaré para más adelante.
Siempre traes lecturas icono 😉
Besos 💋💋💋
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