Alexander
Cleave era un joven que soñaba fervorosamente con ser actor y que se casó con
Leah, hija del dueño de un hotel. Al cabo de los años, las circunstancias de su
vivir se han alterado mucho: la relación con su esposa se ha deteriorado; la
hija que han tenido en común (Cass) muestra una personalidad compleja, con
algunos desequilibrios psíquicos (le provocan miedo todas las cosas del mundo,
salvo “la pasta de dientes, las escaleras y los pájaros”); y su carrera
teatral, que se ha desarrollado con éxito durante mucho tiempo, se encuentra
ahora en franco declive, después de que incluso tuviese crisis de llanto y
lagunas de memoria en escena.
Para
poner orden en su cabeza y tratar de retomar el control de sus últimos años,
Cleave vuelve a la vieja casa de su madre, donde busca el silencio, la soledad,
los paisajes de su infancia y el bastón reconfortante del whisky.
Pero no
le resultará tan sencillo: las visitas y llamadas de su esposa, la presencia en
la casa del administrador Quirke y de su hija Lily y la sensación de que los
fantasmas de aquel viejo caserón intentan decirle algo cercarán el ánimo y los
días del desmoronado actor. Él, que pretendía recomponerse a solas, se siente
agredido por tantas presencias y tantas interrupciones (“Encuentras un rincón
tranquilo donde aposentarte en paz, y al momento ya los tienes ahí,
apelotonados a tu alrededor con sus gorros de cotillón, soplándote sus
matasuegras a la cara e insistiendo en que te levantes y te unas a la farra.
Estoy harto de todos”).
Lírica,
inquietante, neblinosa, con rememoraciones minuciosas y un toque final
desgarrador en el que se produce la muerte de uno de los personajes principales,
la novela de John Banville (que traduce Damià Alou para el sello Alfaguara) nos
presenta aquí los mejores ingredientes de la prosa del celebrado autor
irlandés, uno de los más exitosos del panorama internacional.
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