Eric Frattini es un autor bastante peculiar: experto
reconocido en la política vaticana y en el terrorismo islámico, corresponsal
periodístico en varios países, autor de polémicos trabajos sobre Ben Laden, la
mafia o la ONU...
y, desde su publicación en 2008, autor de una obra que tenía voluntad de
best-seller. Hablo de El quinto
mandamiento, una novela trepidante donde se ven implicados en una telaraña
de conexiones la NASA ,
el Vaticano, algún periodista del Boston
Globe, un obispo que se termina suicidando, misteriosas cuentas bancarias y
otros ingredientes tan efectivos como efectistas, que se maceran en su mortero
narrativo con la intención clarísima de mantener a los lectores con los ojos
clavados en el libro hasta que la última de sus páginas sea devorada.
Todo comienza cuando Aaron Avner, un anciano
bibliotecario húngaro de origen judío (en cuyo brazo aún se distingue el número
que los nazis le infligieron en el campo de concentración de Auschwitz), que
trabaja como experto en códices medievales en Estados Unidos, está a punto de
encontrarle traducción y sentido al “Manuscrito Voynich”, una pieza atribuida
por algunos a Roger Bacon y que ha llevado de cabeza a los especialistas en los
últimos cuatrocientos años, en los que nadie ha logrado (ni manual ni
informáticamente) darle traducción. Y aparece entonces en escena el expeditivo
cardenal August Lienart, que trata de impedir por todos los medios el
descifrado final del volumen, considerado “la Gioconda de los libros”
(p.24). Para conseguir su propósito pone en marcha a los sangrientos
integrantes del Círculo Octogonus, unos implacables depredadores que desde hace
varios siglos no han dudado en realizar todo tipo de operaciones alrededor del
manuscrito, con tal de que “nadie pudiese dar a conocer sus secretos” (p.115).
Aaron Avner contará con el auxilio de cuatro
personas, que le ayudarán en su tarea: el informático Peter Hazil, el
codicólogo Petrus Rees, el archivista Marcelo Giannini y el experto en
carbono-14 Matteus Planch.
Esta división maniquea de coadyuvantes y oponentes
(que tan eficaz se ha revelado en la narrativa de los últimos tiempos) adquiere
picos vertiginosos en varios momentos de la obra y garantiza el tono general de
tensión, tan adecuado para este tipo de libros.
El quinto
mandamiento no pasará a formar
parte de la primera línea de la
Historia de la
Literatura , pero dudo que tal aspiración figurase en la mente
de Eric Frattini cuando componía este volumen. Ya va siendo hora de que aceptemos
como algo natural y legítimo que determinados autores u obras no tengan más
interés que el de entretener a sus lectores. Eric Frattini juega a ese juego. Y
lo hace bien.
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