Tristemente
habituados a la deslealtad en sus múltiples formas, los seres humanos
advertimos en los perros unos sentimientos de vínculo, de proximidad
inquebrantable y de amor hacia sus dueños que, sin ser capaces de explicar, nos
sobrecogen. Los etiquetamos para nuestra comodidad de “animales inferiores”,
pero lo hacemos con la boca pequeña, porque algo en el brillo de sus ojos nos
provoca la humillación de sentirnos casi siempre por debajo de ellos. Tal vez
por esa extrañeza, ancestral, insondable y profunda, les tributamos un cariño tan
respetuoso y tan perplejo.
El cartagenero Arturo
Pérez-Reverte, uno de los mejores prosistas vivos que tiene nuestro idioma, dedica las páginas de Perros
e hijos de perra (Alfaguara, 2014) a estos seres entrañables. Nos habla del
viejo labrador que tuvo durante años (Sombra), así como del que vino a
sustituirlo después de la muerte de éste (al que puso un nombre extraído de la
novela dumasiana Veinte años después);
nos habla de los desalmados que abandonan a sus perros cuando llega el período
vacacional, o cuando se hacen mayores y ya no atesoran la gracia pizpireta de
sus años de cachorros; nos habla de la historia que le contó su amigo Sealtiel
Alatriste sobre un chucho mejicano que generó una cofradía afectuosa a su
alrededor; nos explica la historia de un perrillo que lamió la mano de una
parturienta asustada... Y así hasta superar los veinte artículos sobre perros domésticos,
vagabundos, pintados, simpáticos, huraños o indolentes, escritos con una
elegantísima emotividad tenue y acompañados con espléndidas ilustraciones de
Augusto Ferrer-Dalmau.
Un libro que
querrán tener en sus estanterías y que leerán con auténtica emoción.
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