viernes, 16 de octubre de 2015

Perros e hijos de perra



Tristemente habituados a la deslealtad en sus múltiples formas, los seres humanos advertimos en los perros unos sentimientos de vínculo, de proximidad inquebrantable y de amor hacia sus dueños que, sin ser capaces de explicar, nos sobrecogen. Los etiquetamos para nuestra comodidad de “animales inferiores”, pero lo hacemos con la boca pequeña, porque algo en el brillo de sus ojos nos provoca la humillación de sentirnos casi siempre por debajo de ellos. Tal vez por esa extrañeza, ancestral, insondable y profunda, les tributamos un cariño tan respetuoso y tan perplejo.
El cartagenero Arturo Pérez-Reverte, uno de los mejores prosistas vivos que tiene nuestro idioma, dedica las páginas de Perros e hijos de perra (Alfaguara, 2014) a estos seres entrañables. Nos habla del viejo labrador que tuvo durante años (Sombra), así como del que vino a sustituirlo después de la muerte de éste (al que puso un nombre extraído de la novela dumasiana Veinte años después); nos habla de los desalmados que abandonan a sus perros cuando llega el período vacacional, o cuando se hacen mayores y ya no atesoran la gracia pizpireta de sus años de cachorros; nos habla de la historia que le contó su amigo Sealtiel Alatriste sobre un chucho mejicano que generó una cofradía afectuosa a su alrededor; nos explica la historia de un perrillo que lamió la mano de una parturienta asustada... Y así hasta superar los veinte artículos sobre perros domésticos, vagabundos, pintados, simpáticos, huraños o indolentes, escritos con una elegantísima emotividad tenue y acompañados con espléndidas ilustraciones de Augusto Ferrer-Dalmau.

Un libro que querrán tener en sus estanterías y que leerán con auténtica emoción.

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