Solamente en
manos de un maestro de la literatura podía obrarse este prodigio: que un
desarrollo teatral de tan pocas páginas como el que tiene Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín alcance una hondura tan increíble desde el
punto de vista psicológico. Esta “Aleluya erótica en cuatro cuadros” pondrá
ante nuestros ojos unos hechos que, resumidos, vendrían a contarnos lo
siguiente: Don Perlimplín ha llegado a los 50 años sin abandonar la soltería,
pero su sirvienta Marcolfa cree que ha llegado el momento de sentar la cabeza.
Él no se muestra muy convencido (“Siempre
he pensado no casarme. Yo con mis libros tengo bastante. ¿De qué me va a
servir?”), pero como tiene un temperamento pusilánime se deja conducir con
mansedumbre hasta Belisa, cuya madre está por facilitar las nupcias por motivos
económicos (“Don Perlimplín tiene muchas tierras. En las tierras hay muchos
gansos y ovejas. Las ovejas se llevan al mercado. En el mercado dan dineros por
ellas”). El cincuentón, no muy convencido con este enlace (y acobardado porque
recuerda la historia de un zapatero estrangulado por su esposa), terminará
contrayendo matrimonio.
Pero desde que despierta tras la noche de bodas
comprobará que su mujer le está siendo infiel de un modo descarado (Marcolfa le
dirá entre lágrimas que “la noche de boda entraron cinco personas por los
balcones. Cinco. Representantes de las cinco razas de la tierra. El europeo
con su barba, el indio, el negro, el amarillo y el norteamericano. Y usted sin
enterarse”), pero se muestra conforme con esa actitud… Hasta que un día, tras
descubrir que su joven esposa palpita de deseo por un muchacho que pasea por su
calle embozado en una capa roja, decide tomar cartas en el asunto y, de forma
inesperada, coge un puñal.
Las tres páginas finales harán las delicias no
solamente de los lectores de buen teatro, sino de psicólogos, psiquiatras y
otros especialistas en el estudio de la mente humana.
Sencillamente prodigioso y conmovedor.
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