Charles
Highway es un joven de 19 años que se encuentra a pocas horas de dar el salto
hacia los 20. Y tal brinco temporal, que para muchos podría antojarse
intrascendente, para él adquiere matices casi épicos: dejará de ser un muchacho
para convertirse en un hombre. Es al menos su opinión. Charles es un chico que
vive en Inglaterra en el seno de una familia no demasiado convencional (su
padre, por ejemplo, vagabundea de amante en amante, ante la indiferencia dolida
de su esposa) y que tiene claro que antes de traspasar la mítica frontera de
los veinte ha de cumplir una serie de metas personales (“Aún me quedaban por hacer algunas cosas propias de
jóvenes: conseguir un empleo, preferiblemente rastrero y no cualificado; tener
un primer amor, o al menos acostarme con una Mujer Mayor; escribir más poemas
primerizos y endebles para, de este modo, completar mi serie Monólogo adolescente; y, bueno, ordenar,
simplemente, mi infancia”).
Ha mantenido relaciones sexuales con chicas (fingió
que se iba a España con el dinero que le dio su padre por sus notas, pero en
realidad estuvo en Londres), pero ninguna de ellas ha resultado trascendente o le
ha dejado huella. También reconoce sin rubor que se ha masturbado más de una
vez (“febrilmente”, anota) pensando en su hermana Jennifer, a quien describe
con basta crudeza (“Aunque fuese una rubia más bien parduzca, y una mujer de
huesos grandes, pechos considerables, caderas anchas y, en general, un poco
cetrina, no había motivos para creer que una vez desnuda olería a huevos duros
y bebés muertos”). Iguales términos despectivos exhibe a la hora de describir a
su directora de estudios (“sus cejas eran más abultadas que el tupé de un teddy-boy,
y los dientes le salían de las encías en ángulo recto”), a su padre (“viejo
plasta”), a su cuñado (“el aterrador marido de mi hermana”), etc.
Su actitud con los demás es altanera, casi
desdeñosa, y va dejando sus opiniones en unos cuadernos adolescentes donde
literatura e impudor se amalgaman. En ellos habla de Gloria (una chica con la
que se acuesta de vez en cuando), de los juicios que le merecen los autores a
los que va leyendo; y, en especial, de Rachel, una muchacha con la que
establece una relación sexual y sentimental muy intensa y a la que convierte en
pértiga para saltar las bardas de la juventud. Al principio intenta mostrarla
como una más de la lista, pero pronto tendrá que rendirse a la evidencia de que
la muchacha le ha llegado más hondo (“¡Santo Dios, cómo me gustaba!”). Al
final, consciente de que si continúa con esta chica se va a producir un choque
entre su corazón y sus ansias de libertad, Charles tendrá que tomar una
decisión al respecto.
Martin Amis, con una prosa elegante, juvenil y sugerente consigue componer a un personaje antológico de la novelística británica. Poderosamente magnética.
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