El protagonista de esta novela de Castillo-Puche es
Luis, un alférez provisional del bando vencedor en la guerra civil del 36, que
vuelve a su pueblo, Hécula. Y allí se encuentra con un panorama terrible: su
hermano Enrique ha sido linchado, salvajemente apuñalado por una horda sin
control y abandonado a su suerte hasta que se desangra en medio de la plaza; su
hermano Pablo ha sido acribillado en Pinilla, tras ir de casa en casa buscando
un refugio que nadie le otorga; y a su madre la han baleado a través de la
puerta de su casa, y la han dejado morir sin prestarle ningún tipo de auxilio.
Nuestro protagonista, evidentemente, está habitado
por la rabia de haber perdido a esos seres; y el rencor le impide integrarse en
su pueblo en condiciones sosegadas. Fernando Fernán-Gómez escribió una vez que
el final de la guerra civil no trajo la paz, sino la Victoria. Para Luis, el fin de
la guerra trae, como no podía ser de otro modo, la Venganza. Su cuenta familiar no
está a cero, sino que se encuentra (usando un expresivo sintagma bancario) en
“números rojos”: hay varios cadáveres desperdigados que le impiden la amnesia y
la normalización. Pero lo más sugerente de esta obra (y lo que la enriquece
desde el punto de vista psicológico) es que Luis no es un vengador motu proprio, sino un vengador inducido.
Es el pueblo el que lo anima a tomar represalias y el que lo azuza para que
provoque el derramamiento de sangre. Si nos asomamos al interior de la novela,
encontraremos abundantes citas donde esto se advierte con claridad meridiana.
Así, en la página 32 apunta: “Me empezaban a faltar las fuerzas para
enfrentarme con la realidad de mi casa. Me
creía obligado a entrar a tiro limpio, sembrando la venganza” (la cursiva
es mía). O más adelante, cuando dice, refiriéndose a esos muertos que lo
circundan y que lo oprimen: “Pensaba que, tarde o temprano, tendría que hacer
unos cuantos hoyos y escarbar buscando lo que quedara de ellos. El pueblo me lo reclamaría” (otra vez la
cursiva es mía). Son varias las ocasiones en que la voz de Luis comenta que el
pueblo lo presiona de mil formas para que ultime su venganza... pero él la va
demorando hasta que, llegando a las últimas páginas de la novela, alcanza la
paz definitiva de una forma inesperada.
Si se ha hablado en ocasiones de los héroes
cansados, José Luis Castillo-Puche investiga en esta magnífica obra la
posibilidad de que existan, también, los vengadores cansados; las personas que,
hastiadas del acoso y de amoldarse a los cánones que en teoría tendrían que
respetar y cumplir, eligen un destino anómalo.
A mí me ha parecido un texto excelente, no sólo
desde el punto de vista literario, sino también desde el punto de vista
psicológico. Me quito el sombrero ante el narrador de Yecla.
1 comentario:
Me alegro mucho de haber leído esta reseña.Por motivos personales, además de literarios, siento emoción, cuando se habla bien de Castillo Puche. Y además, esta novela, no la he leído todavía. No tardaré mucho en hacerlo. Gracias.
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