domingo, 5 de octubre de 2025

La vida de Chéjov

 


Escribir una biografía está (y espero que mi afirmación no suene a burla o a irreverencia) al alcance de cualquier erudito: basta con reunir un millón de datos sobre el personaje, ordenarlos escrupulosamente y redactar con ellos un cierto número de páginas. Pero la proeza de convertir los datos en vida recreada, en vida palpitante, en narración mágica y seductora, está al alcance de muy pocas plumas. Hay que ser un alma grande para captar y transmitir el alma grande de otra persona. Por eso resultan tan conmovedoras y tan bellas las aproximaciones de Ian Gibson a Federico García Lorca, la de Antonio Rivero Taravillo a Luis Cernuda o, como ahora mismo acabo de comprobar, la de Irène Némirovsky a Antón Chéjov: la persona que ha reunido los datos no se limita a repetirlos, sino que los observa, los evalúa, los acaricia, los bruñe. Y el resultado es fastuoso.

En esta Vida de Chéjov (que he podido leer en la traducción de José Antonio Soriano Marco) he descubierto que su abuelo fue un mujik que, siendo siervo, compró la libertad (suya y de su familia); que su padre fue un hombre con la mano quizá demasiado suelta y que regentaba un comercio bastante pobre que era “colmado, herboristería y mercería, todo en uno” (cap.5); que, en su juventud, al inquieto Antón “le encantaba maquillarse, disfrazarse, dibujarse un bigote con carboncillo” (cap.8) y que a los quince años ya había decidido estudiar medicina; que la primera publicación importante que lo tomó en serio fue la revista Chispazos; y que su historia de amor con Olga Knipper fue tan dulce como triste, y estuvo marcada por la distancia que la enfermedad de Antón y el trabajo teatral de ella conformaron.

Pero, insisto, lo crucial de este libro sobre un hombre agotado y melancólico, que “amaba la vida como hay que amarla, por las pequeñas y fugaces alegrías que nos da” (cap.28), es el modo tierno, cercano, conmovido, casi susurrante, en que Irène Némirovsky nos va depositando en los ojos su relato, lleno de ternura y de proximidad. Gracias a él, Antón Chéjov vuelve a estar presente y vivo. Realmente memorable.

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