Quedan
ustedes invitados (e invitadas) a jugar un rato al puzle. Todas las piezas, de
una enorme variedad de colores y formas, están dispuestas sobre la mesa. Lo
único que deben hacer, evidentemente, es descubrir el orden y las conexiones.
Así funciona el juego, ya lo saben. Una de las piezas nos muestra a centenares
de hombres y mujeres que, de pronto, cubren el mar: son los supervivientes de
un naufragio aparatoso que sucedió en 1912. Otra de las piezas nos presenta a
un tipo estrafalario que, enarbolando un pincel y una paleta, se ha abalanzado
sobre el célebre cuadro de La Gioconda “para darle el último retoque”. Otra nos
pone ante los ojos a un hombre alto y atractivo que dice llamarse Yeshua y que
produce una instantánea sensación de paz en quienes se acercan o charlan con
él. Otra pieza es una mujer silenciosa y bellísima, que se pasea en soledad por
la campiña y cuyos rasgos reproducen con inaudita exactitud los de lady Diana
Spencer. Otra pieza es Bob Dylan, bebiendo cerveza de manera taciturna en un
pub londinense. Otra pieza es el conjunto de calamidades que comienzan a
sucederse en el mundo a velocidad de vértigo: plagas de langosta, erupciones
volcánicas, difusión de un brote de peste negra, asesinato del presidente de
Estados Unidos, nube radiactiva sobre la India, vaticinio de una nueva
glaciación, asteroide acercándose a la Tierra…
Excitado
y a la vez paralizado por el asombro, quien observa las piezas ideadas por
Manuel Moyano no sabe con exactitud qué hacer, cómo reaccionar, de qué manera
unirlas para desvelar el enigma de su relato. Y yo creo que la magia reside
precisamente ahí: en la capacidad de absorción que despliega (que siempre
despliega) el escritor cordobés, capaz de suspender la incredulidad de quien
sostiene el libro ante los ojos y guiarlo por senderos de fantasía, de pasmo,
de vértigo. Porque lo que parecen piezas sonrientes o juguetonas, de pronto se
tiñen de extrañeza, de ignominia, de náusea, revelando lo que puede surgir del
interior humano en las situaciones límite.
Atrévanse a leerla. Atrévanse a jugar. Atrévanse a imaginar (de la mano de este excelente escritor llamado Manuel Moyano) cómo será el último día de la Humanidad y de qué manera quedarán separados (y quiénes formarán cada grupo) los dignos de los indignos, los bienaventurados de los irredentos. ¿Habrá un sonar contundente de trompetas o todo ocurrirá en silencio? ¿Cuál es la forma de Dios? ¿Qué ocurrirá cuando termine ese día inconcebible y apocalíptico? En sus manos queda descubrirlo.
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