domingo, 26 de octubre de 2025

Un hijo cualquiera

 


Este es el cuarto libro que leo de Eduardo Halfon y, como me ocurrió tras reseñar el segundo, y el tercero, me formulo la misma pregunta: ¿por qué no lo leo con más frecuencia, si sus páginas me parecen magníficas? ¿Por qué no reseño un par de libros suyos al año, si los tengo en la estantería? Imagino que la única respuesta atinada es encogerse de hombros, porque igual me ocurre con Shakespeare, o con Stevenson, o con García Márquez. Los libros están ahí. Los autores están ahí. Y sabemos de algunos a los que volveremos y de otros a los que hemos despedido para siempre. Halfon volverá pronto a mi blog, con una quinta reseña; y luego con una sexta; y a saber hasta dónde. Lo admiro y soy consciente de que visitaré sus obras, tarde o temprano.

En Un hijo cualquiera he tenido la dicha de encontrarme con secuencias bellas y conmovedoras, con tristezas y reflexiones que han conseguido emocionarme o hacerme pensar, con frases que he subrayado en el libro con emoción y gratitud. He leído sobre la circuncisión de su hijo recién nacido (“Un pequeño corte”); sobre sus alergias, que comenzaron a manifestarse en la infancia (“Historia de mis agujas”); sobre el suicidio como horizonte nebuloso (“La puerta abierta”); sobre la pantorrilla femenina que embriagó su atención a los veintiocho años en la capital francesa (“Unos segundos en París”); sobre la muerte por sobredosis de una chica de su juventud (“Primer beso”); sobre el primer desastroso cigarrillo que tuvo la mala idea de fumarse a los trece años (“Gefilte fish”); sobre la tristeza de tener que proteger a su hijo durante la epidemia de 2020 (“Wounda”); o (debo detener en algún punto el resumen) sobre la iniciación musical clásica de ese hijo (“Domingos en Iowa”).

¿Mis secuencias preferidas? Sería difícil destacar alguna, porque el libro en su conjunto me parece excelente y egregio; pero quizá optaría por “La nutria verde” (una preciosidad, de contenido lirismo y de vigorosa ternura) y por “El último tigre” (en la que somos invitados a agacharnos y leer unas placas del suelo, tan sencillas como emotivas).

Definitivamente, no creo que acabe 2025 sin volver a visitar otro(s) libro(s) de Eduardo Halfon. Se lo merece. Me lo merezco.

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