lunes, 20 de octubre de 2025

Reyes de Ítaca

 


Conocemos la historia, porque llevamos dos mil quinientos años leyéndola y admirándonos con su fulgor: acabada la guerra de Troya, Odiseo emprende el retorno a casa, pero la cólera de los dioses y los imprevistos del espíritu humano demoran dos décadas su llegada a Ítaca. Y tampoco ese momento certifica la paz para el héroe, porque tiene que enfrentarse a los pretendientes que, como lobos lujuriosos y dominados por la avaricia, pretenden que Penélope elija a un nuevo rey entre ellos, sospechando la muerte del padre de Telémaco. Pero lo que nos propone Jesús Feliciano Castro Lago en su reciente trabajo Reyes de Ítaca circula por trochas mucho más interesantes que la mera repetición de hechos, porque nos invita a vivir la acción desde dentro, acercándonos a sus protagonistas y permitiendo que accedamos a rincones de sus almas que nos revelan el tesoro de sus emociones: los miedos menos confesables, los fracasos más callados, los temblores más indignos, las claudicaciones menos esperadas. Utilizando tríadas anafóricas (tres capítulos que comienzan con las mismas palabras, en forma de pequeña introducción reflexiva, casi filosófica), el novelista gaditano imprime a cada uno de esos capítulos un espíritu inequívocamente poético, que luego completa con una prosa de respiración clásica y de perfección también clásica, que (re)crea para nosotros un mundo majestuoso y perdido. Ítaca, Odiseo, Euriclea, Laertes, Calimalía (que luego se convertirá en Penélope) resucitan ante nuestros ojos con volúmenes y con voz verdadera, gracias a un asombroso ejercicio (admirable ejercicio) de profundización psicológica en los diferentes protagonistas del drama, que son diseccionados con aguda inteligencia y que se convierten desde el principio en figuras humanas, densas, con aristas y oscuridades, cercanísimas. Se logra así que no los percibamos como muñecos de guiñol, sino como cráteras cuyo vino debe ser paladeado para sentir en la boca y en la garganta sus numerosos matices: desconfianzas, amarguras, ilusiones, abatimientos, altiveces, desacralizaciones, el poder de la imaginación, las mentiras poéticas de los aedos, la sangre de un tiempo crudo.

¿Quieren ustedes un ejemplo de esta prosa? Les facilito unas líneas de la página 113: “La experiencia le había enseñado que, a veces, cuando las mujeres sufrían, pronunciaban palabras oscuras como murciélagos, de las que, una vez calmada la tormenta, se arrepentían y deseaban convertirlas en bulliciosas e inofensivas golondrinas”. ¿Quieren ustedes alguna secuencia emocionante? Pueden acudir a la página 229 y leer la respuesta que da Odiseo a su hijo Telémaco cuando este le pregunta si su aspecto avejentado se debe a algún tipo de disfraz que le han proporcionado los dioses: “Este disfraz se llama vida”, le dice. ¿Quieren ustedes alguna secuencia estremecedora? Busquen la forma en que muere el odioso Hermano y quedarán paralizados. ¿Quieren ustedes un personaje cuyo misterio se revela en la sección final de la obra? Presten atención a Melesígenes. ¿Quieren encontrar a otro, cuyo misterio es mucho más insondable, porque su enigma replica la tristeza lluviosa de Clint Eastwood? No aparten sus ojos de Forastero.

Y, en fin, para no hacerles perder el tiempo con mis palabras: ¿quieren un libro maravilloso y que les reconciliará con lo más exquisito de la literatura? Busquen Reyes de Ítaca, editado por el sello Tres Hermanas.

No hay comentarios: