Me
acerco hasta los seis densos relatos que conforman el volumen Ocho mujeres
poseídas, de Tennessee Williams, que leo en la traducción de Pilar Giralt y
que me han parecido francamente interesantes, sobre todo por el dibujo anímico
que realiza de unas personas que arrastran insatisfacciones, amarguras o
fracasos vitales: esas dos mujeres solteras que conviven, entre reproches y
discusiones, en un piso de Manhattan; la delirante forma en que muere la principessa
Lisabetta, que supera el siglo y que protagoniza un relato
humorístico-esperpéntico; la súbita ninfomanía interracial que se despierta en
el corazón de la señorita Coynte tras el fallecimiento de su abuela; la
imparable decadencia de la poeta Sabbatha, que no se resigna a la postergación
literaria y social que imprime a su vida la llegada de la nueva hornada de
poetas, encabezada por Allen Ginsberg; o la tierna historia de Rosemary McCool
(para mí, la más hermosa de las narraciones del tomo), en la que se unen
ciertos retrasos cognitivos o espirituales con curiosos retrasos corporales
(llega a los veinte años sin experimentar la menarquía).
Subrayo
una frase de la tía Ella, que aparece en el cuento “Completada” y que no me
resisto a reproducirles: “Cuanto más se excluye el mundo exterior, más lugar
tiene el mundo interior para ampliar sus fronteras”.
Con un estilo recortado, vigoroso y muy eficaz, Tennessee Williams consigue que las vicisitudes de sus protagonistas nos absorban durante el transcurso del relato y, todavía más, que perduren después en la memoria, con su halo de tristeza, rabia o decrepitud. Notable.
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