Se
llama Mathilde y conduce de una forma algo torpe. A sus 63 años, ha perdido
totalmente la silueta (fue hermosa, pero ahora le sobran kilos de forma
notoria) y se ha vuelto un poco más gruñona de lo habitual. Acaba de pasar todo
el fin de semana con su hija y con su yerno (al que no soporta) en Normandía, y
ahora se dirige hacia París, con su perro. Muy cerca de su destino, aparca
tranquilamente y observa a un viandante que se aproxima al coche. Se miran, se
sonríen. Es un hombre elegante, que también está acompañado por un perro y que
se va acercando. Entonces Mathilde, con determinación, empuña un arma y le
dispara en los testículos. Luego, con frialdad inaudita, lo remata disparándole
también en la garganta (el agujero de la bala casi separa la cabeza del
cuerpo).
Así
empieza La gran serpiente, una sorprendente y atractiva novela negra
escrita por Pierre Lemaitre y traducida por José Antonio Soriano Marco, en la
que ejerce como protagonista suprema, fastuosa y letal, esta afable anciana que
resulta ser una antigua heroína de la Resistencia francesa contra los nazis
reconvertida en asesina a sueldo. Y como coprotagonista (parcial) el inspector
René Vassiliev, un policía desmañado y altiricón (1’93) que, a la manera del
televisivo Colombo, da la sensación de ir aproximándose a la solución de los
crímenes de forma torpe, atropellada y casual.
En
las cerca de doscientas páginas de la novela, el lector que haya decidido
apostar por esta aventura no gozará de tregua, ni saldrá de su asombro:
disparos a quemarropa, emboscadas perpetradas por profesionales, cadáveres
escondidos en furgonetas, perros decapitados, vecinos insidiosos, puertas que
se abren frente al cañón brutal de una pistola, venganzas implacables, víctimas
colaterales, ancianos seniles a quienes nadie escucha, moquetas empapadas de
sangre y también, pueden creerme, inteligentes dosis de sentido del humor, que
van logrando que una trama de apariencia inverosímil se mantenga en pie y
brille sin altibajos.
Me ha convencido mi segunda experiencia con Pierre Lemaitre, a quien conocí gracias a mi compañero Antonio Cascales, profesor de matemáticas y lector voraz. Muy feliz de haberle hecho caso. Seguiré explorando otras obras del autor.
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