martes, 20 de junio de 2023

En el otro cuarto

 


Todos alimentamos, durante los años de la juventud (y aun después), ambiciones. Y esas ambiciones pueden provocar que, de forma inconsciente, nos alejemos de aquellas cosas, personas o paisajes que estaban destinados a convertirse en el núcleo de nuestra felicidad. Como aquel triste personaje de Las mil noches y una noche buscamos lejos un tesoro brillante y definitivo que, en realidad, se hallaba muy cerca.

Así le ha ocurrido al viajero que, nada más abrirse el telón, vemos entrar en el cuarto azul de un modesto hotel portuario. Trae en su bolsillo una pistola; y, en su corazón, una tristeza que lo animará a usarla contra sí mismo: la amargura de haber abandonado en el cuarto contiguo, veinte años atrás, al amor de su vida. Lo hizo porque la ambición lo animó a embarcarse, buscando un futuro lleno de riquezas, de las que volvería cargado (nunca lo hizo) para reencontrarse con su amada. Ahora, maduro y desengañado además de arrepentido, ha retornado al lugar donde se inició su desdicha, para terminar con todo. Pero las voces que escucha en el otro cuarto (ocupado por una pareja joven que también se despide) lo frenarán. El chico, trasunto juvenil del propio viajero, le está explicando a su novia el impulso que lo anima (“Me dan miedo los árboles tan quietos… Me voy sin querer con cada nube que pasa… Pero las nubes se marchan, se marchan y vuelven siempre… Yo también volveré”); y el oyente arrepentido se estremece, pues esas palabras son casi idénticas a las que él usó dos décadas atrás. ¿Acaso si hablara con el muchacho y le explicara lo que ocurrió con él lograría que no repitiese su locura? Animado por ese objetivo, se acerca hasta el chico y le detalla los pormenores de su yerro, logrando que recapacite y se plantee la posibilidad de renunciar a su alborotado proyecto de viaje. No obstante, puesto que hay una pistola en escena, lo esperable es que sea usada. Y, en efecto, suena un disparo.

Pieza breve, de sólido lirismo y de ardua penetración psicológica, En el otro cuarto nos retrotrae a todas las bifurcaciones en las que tuvimos que optar por un sendero. Tan sencillo como terrible.

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