No
hay forma humana de abandonar una novela de Lola Gutiérrez; ni tampoco de
aburrirse con ella. Son tantas las peripecias que zarandean a los personajes,
tantas las emociones que atraviesan sus pechos, tantos los diálogos magníficos
que la autora esmalta en sus páginas que resulta imposible no experimentar la
felicidad de haber elegido, una vez más, un libro suyo. Me ha vuelto a ocurrir
con Lucía, su última entrega en la editorial MurciaLibro.
De
la mano siempre sabia y siempre brillante de la autora viajamos por Galicia,
por el Levante español, por Italia, por Filipinas; conocemos a todo tipo de
personajes (desde contrabandistas hasta generales, desde nobles hasta
plebeyos); se nos invita a conocer burdeles, barcos mercantes, cafés célebres,
mansiones señoriales, plantaciones, puertos marítimos; y se nos proponen varias
historias que, por riguroso designio del Destino, terminarán confluyendo muy
cerca de la Cartagena natal de la novelista. Es decir, todo aquello que sus
lectores conocemos como rasgos distintivos de su narrativa, y que nos embriagan
desde hace tiempo. Con Lola es siempre fácil: si has leído una cualquiera de
sus obras y ha conseguido tu aplauso, también lo obtendrá la siguiente. Habrá
quien sospeche que en mi afirmación existe un pliegue de reproche, y me
adelanto a señalar que no es así, de ninguna manera: Jorge Luis Borges decía de
sí mismo que era “decididamente monótono”, y me parece que con estas palabras
señalaba la virtud más notable de los grandes escritores: ofrecer siempre el
mismo mundo a las personas que tienen la gentileza de sumergirse en sus libros.
Yo aplaudo esa línea de trabajo. Entiendo que otras personas prefieran una
pluma en constante mutación o en continua búsqueda de expresiones diferentes.
Perfecto. En mi caso, prefiero que Baroja sea siempre Baroja, que Muñoz Molina
sea siempre Muñoz Molina y que Rulfo sea inconfundiblemente Rulfo. Es mi forma
de ver las cosas.
Lo que tenemos en las páginas de Lucía es un cúmulo de pasiones, disparos, secuestros, acosos, viajes, identidades perdidas y recuperadas, sucesos históricos mezclados con sucesos imaginarios, reflexiones sobre el amor y el azar y, sobre todo, un burbujear de vida aprisionada con palabras. Lola Gutiérrez sabe muy bien lo que está haciendo y me encanta que lo haga como lo hace: ha sido capaz de construir un modelo magnífico de novela, del que seguiremos esperando en el futuro nuevas muestras. El disfrute está garantizado.
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