viernes, 16 de junio de 2023

El amor del gato y del perro

 


Dos personajes (un hombre y una mujer) le bastan a Enrique Jardiel Poncela para mantenernos pegados a las páginas de la obra teatral que titula El amor del gato y del perro. Ambos se encuentran en una pequeña salita y dialogan de una forma muy seria e intensa, porque ella (Aurelia) es una muchacha obsesionada con la idea de ser feliz y él (Ramiro) es un novelista de éxito, al que la joven recurre para interrogarlo sobre la forma de conseguirla, suponiéndolo un perfecto conocedor del corazón humano. Apenas más. Jardiel era tan brillante (fue nuestro Oscar Wilde) que no necesita más soporte argumental para ir hilvanando opiniones de gran lirismo, toques de humor y sutiles análisis del alma.

“La felicidad” (le dice a Aurelia) “es una postura del espíritu”. Le dice también que el amor se inicia ineludiblemente como atracción física y que la causa de la mediocridad de los bípedos implumes hay que buscarla en su origen (“Eva fue blanca, y Adán fue negro, y la unión de ambos ha producido una Humanidad gris”). Pero posiblemente el momento más conmovedor de la pieza acontece casi al final, cuando Ramiro detalla su teoría sobre los animales domésticos: si adoras a los gatos es porque perteneces al grupo de personas que necesita amar; mientras que si prefieres aproximarte a los perros es señal inequívoca de que necesitas ser amado. Aurelia, asombrada por este peculiar análisis, le plantea una duda: ¿y si no sientes predilección por ninguno de esos dos animales? ¿Qué ocurre si ambos te resultan indiferentes? Ramiro abre unos ojos como platos y emite su dictamen: “Gentes siniestras” (expele) “Huya usted siempre de esas gentes: son las basuras de la Humanidad”.

Un diálogo encantador, equilibradamente serio y cómico, de gran fuerza teatral, que nos devuelve al gran Enrique Jardiel, del que nunca conviene distanciarse demasiado.

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