domingo, 18 de junio de 2023

El miedo de los niños

 


Pocas cosas hay más terribles, más sofocantes, más tenaces y más angustiosas que los miedos infantiles: esos pánicos y esas obsesiones que, como estigmas, se clavan en el corazón y en el alma. Todos (miente o tiene mala memoria quien se excluya de la nómina) sufrimos alguno, que nos dejó huella. En este relato, que ilustra María Rosa Aránega, redacta Antonio Muñoz Molina y publica el sello Seix Barral, se nos habla de uno de aquellos viejos miedos, centrándose en dos primos llamados Bernardo y Esteban. El primero lleva un aparato ortopédico, desde que sufrió poliomielitis, y dispone de una imaginación siempre activa, que puebla con macabras historias de tísicos que se desplazan en coches oscuros a la caza y captura de niños incautos, a los que extraerán su sangre para entregársela a los enfermos que pueda pagarse ese sanador comercio clandestino; el segundo es su fiel acompañante, que vivirá siempre atenazado por el terror que su primo le inocula con sus historias y que tragará saliva cuando algún indeseable se siente a su lado en el cine y, con paralizante frialdad, deposite su mano adulta sobre los muslos y la bragueta infantil.

Ese universo de pánicos adquirirá unas dimensiones espantosas cuando, hallándose Esteban enfermo en su cama, su primo Bernardo desaparezca a la salida del colegio y sea encontrado, con fiebre y agitadísimo, muchas horas después. Una vez a solas, le dirá a un asombrado Esteban que tuvo un encuentro feroz con un hombre y que, por fortuna, logró golpearlo hasta darle muerte. ¿Qué ha ocurrido, en realidad? ¿Es cierto que Bernardo ha cometido un crimen? ¿O se trata de una mentira que esconde hechos más tristes y bochornosos?

Con la pericia a la que nos tiene acostumbrados, Antonio Muñoz Molina esculpe para nosotros una historia ancestral sobre la congoja, el desconcierto y la extrema vulnerabilidad del ser humano durante su infancia, ese tiempo de canicas, sombras amenazantes, mochilas viejas, noches de pesadilla y vergüenza, que en sus manos se convierte en una joya lánguida, melancólica y memorable.

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