El
novelista barcelonés José Antonio Jiménez-Barbero no deja (y eso está bien) de
sorprender a sus lectores. Y lo hace porque, contra todo encasillamiento, se
desenvuelve con la misma solvencia en ambientes y temáticas muy distintas. Ya
lo conocíamos buceando por la mente humana (su notable “Trilogía del psicópata
adolescente”), investigando crímenes acaecidos en el ámbito académico (La
Facultad), ejecutando sangrientas venganzas familiares (Diario de un
maldito), abordando casos durísimos de acoso (El niño que no quiso
llorar) o llevándonos de la mano hasta territorios diabólicos (El
demonio escondido). Ahora, en su reciente Cuerda de presos (Cosecha
Negra Ediciones), ha decidido que vayamos con él hasta la cárcel Puerto II, de
Cádiz, donde confluyen varias personas muy distintas: un antiguo profesor de
literatura que cometió un crimen espantoso para proteger a su hija; un chaval
jovencísimo que sobrevivió al exterminio de una colla del mundo de la
droga en La Línea de la Concepción; un peligroso criminal hispanoamericano
llamado Hipólito; el astuto e inmisericorde Abdul, que ejerce un control
despiadado sobre buena parte de los reclusos; el patriarca gitano Heredia, que
lo mira todo y luego toma decisiones; el cada vez más alcoholizado Alonso
Montalbán, director del centro penitenciario… Con todos esos personajes, José
Antonio Jiménez-Barbero construye una trama perfectamente medida, en la que los
vectores positivos (la cultura de César, la nobleza escondida de Raúl) y los
negativos (una sodomización, varias violaciones, las amenazas proferidas entre
dientes, las navajas apoyándose en carótidas) mantienen un equilibrio narrativo
que en otras manos menos habilidosas se habría decantado hacia territorios más
bien increíbles, pero que en las suyas provoca un continuo atasco de
saliva en la garganta. Y qué final, oigan. Qué final.
Si
deciden ustedes sumergirse en esta obra (les recomiendo que lo hagan, aunque la
temática negra o carcelaria no les atraiga especialmente), descubrirán el modo
brillante en que se dibuja una caída (Alonso), en que se esboza una redención
(Dolores) y en que se analiza, en fin, el comportamiento humano, casi siempre
ambiguo, casi siempre poliédrico. En estas páginas excelentes no hay blancos ni
negros: aquí disponemos de un arco iris variadísimo, donde todos los personajes
se desplazan de color a color, en función de las presiones externas o de la
reflexión íntima. Quien comenzó como ángel deviene demonio, y viceversa. O
quizá se trate de que, en el fondo, todos cobijamos luces y sombras, todos
escondemos ciénagas y esplendores; y llega un momento crítico, un punto de
inflexión, en el que nos decantamos por instalarnos en un territorio y
atrincherarnos en él.
Lean a José Antonio Jiménez-Barbero. No se priven de ese placer narrativo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario