Un padre
acompaña a su hijo durante la noche de San Lorenzo para contemplar juntos la
lluvia de estrellas. Ese hijo, en su juventud, asiste al mismo espectáculo con
sus amigos en la isla de Ibiza. Ahora, instalado en el medio siglo, repite la
ceremonia con su hijo Pedro. Son tres momentos de una cadena que imaginamos más
antigua (su abuelo ya había mostrado a su padre el mismo fenómeno de luz y
magia) y más proyectiva (no es delirante imaginar que Pedro se convertirá en el
futuro padre que prolongará la ceremonia). Con esa disposición tan sencilla,
tan evocadora y tan sublime, el leonés Julio Llamazares nos invita a
reflexionar sobre los misterios de la vida humana, sobre el fluir del tiempo y
sobre nuestra forma de instalarnos en el mundo y en el devenir. Animales
anónimos y caducos, los seres humanos nos protegemos de la zozobra del tiempo
aferrándonos a ritos y metáforas que nos ayuden a situarnos: la contemplación
cíclica de una lluvia de estrellas puede funcionar bien como anclaje. Pero
cuidado, porque Llamazares nos desliza una afirmación inquietante en la página
169: “Las lágrimas de San Lorenzo no son sólo una metáfora del tiempo. Son
sobre todo la prueba de que la vida es apenas una luz en las tinieblas de un
universo infinito”.
Contemplar
esa lluvia celeste tiene mucho de reflexión, de balance, de agenda emocional.
Quizá por eso todos los capítulos de esta novela se titulan del mismo modo
(“Otra…”), y en cada uno nos relata un pesar, un dolor, una tristeza, un
fracaso, una melancolía: el tío que desapareció durante la guerra civil, el
hermano que se mató en un absurdo accidente de moto, el fracaso de su
matrimonio, las vivencias por universidades de toda Europa, la búsqueda
infructuosa de la felicidad definitiva. O sea, que cada secuencia narrativa es otra
lágrima de San Lorenzo. Como es fácil constatar, se trata de un mecanismo tan
sencillo y tan ingenioso como trascendente. Observar el cielo en silencio y
recordar, reordenar, comprender que somos luz y oscuridad, presente y
olvido, posibilidad y negrura. Que somos lágrimas de San Lorenzo o, quizá, del replicante Roy Batty.
Es
difícil no emocionarse con esta obra.
1 comentario:
A mí me has emocionado.
Qué sensiblera estoy, me gusta lo que cuentas.
Besos.
Publicar un comentario