Creo que
resulta muy complicado (quizá imposible) tejer una reseña sobre el libro Fármaco,
de Almudena Sánchez. Al menos, en el sentido tradicional del que esa palabra y
esa actividad suelen revestirse: un análisis y una valoración sobre la obra que
se ciña a sus aspectos literarios. Yo me confieso impotente para hacerlo. Y no
porque la obra resulte quebradiza o defectuosa (al contrario, es magnífica y
está bellamente redactada), sino porque es evidente que desborda el concepto de
libro para convertirse en otra cosa: una mano tendida, una camisa abierta, unos
ojos que te miran con lágrimas, una barbilla rozada por la manta en el sofá. Es
una confesión, un vademécum de grutas, la crónica neblinosa de un tiempo aciago
y, sobre todo, el desgarrado dietario de una mujer valiente, que nos explica lo
que sintió durante la época angustiosa de su depresión. El resultado de ese
esfuerzo titánico es un libro honesto, aguerrido, de búsqueda reflexiva (o de
búsqueda en reflexivo, si ustedes prefieren). Un libro que tiene mucho
de electroencefalograma y de electrocardiograma (dos palabras largas y feas
para un dolor largo y feo). Un libro que sobrecoge. Una navegación valerosa,
entrañada y entrañable en la que se nos invita a caminar por el interior de la
escritora, de la persona, del ser desvalido.
En ese
viaje a pie, silencioso y lleno de respeto, vemos a la niña cuyo pie se quedó
atascado en el mecanismo de su bicicleta; a la niña que fue siempre mirada como
una mallorquina “impura” por los talibanes de la genética; a la muchacha que
sufrió una extirpación íntima en el quirófano; a la joven que se vio hundida en
la fosa hondísima de la depresión y que necesitó manos, voces, pastillas, frutas
de su tía Antonina y libros (“Los libros son mi antibiótico”, nos dice en la
página 38) para salir trabajosamente de ella.
La
depresión (nos dice en la página 24) “es la enfermedad más grande, invisible,
inesperada, destructiva, egoísta, insana, paranoica, desaliñada, mugrienta y
tendenciosa que he tenido”. La depresión (nos completa en la página 34) “es la
enfermedad más inhóspita, sádica, repetitiva, pegajosa, tiránica, inmaterial y
diabólica que he tenido”. Repásese con lentitud la lista de adjetivos y quizá
nos acerquemos al borde de su caída vertiginosa y continua, que la autora nos
resume, a veces, con cierto cargo de conciencia (“Sé que lo que cuento es una
locura. Estoy encerrada en casa por eso. Sé que este párrafo no debería
publicarse. Sé que no hago bien a nadie escribiéndolo. Sé que lo escribo con
los ojos tapiados. Sé que es digno de ser lanzado desde una azotea. Lo dejo
escrito aquí, no obstante, porque es lo que se piensa con la depresión, todo el
rato”, página 119).
He dicho al principio que Almudena Sánchez se abre la camisa para mostrarnos su dolor, y he dicho mal: se abre la piel, para que contemplemos su interior y nos aproximemos (aunque sea tangencialmente) al pozo de sus heridas, de sus escozores, de sus lágrimas, de su pantano íntimo. Fármaco es un libro durísimo, que las personas que no hemos atravesado una depresión no podemos entender. Es así de terrible y así de humilde. Podemos leerlo, estudiarlo, sentirlo… pero no estamos en disposición de “entenderlo”. Por fortuna, aprendemos en sus páginas la lección de la paciencia y del acompañamiento incondicional. Que no es poco. Me pongo en pie y asiento con respeto: no me salen más palabras.
1 comentario:
Pues te ha quedado una reseña estupenda a pesar de esa "imposibilidad" para reseñarla 😉💋
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