lunes, 24 de enero de 2022

Fármaco

 


Creo que resulta muy complicado (quizá imposible) tejer una reseña sobre el libro Fármaco, de Almudena Sánchez. Al menos, en el sentido tradicional del que esa palabra y esa actividad suelen revestirse: un análisis y una valoración sobre la obra que se ciña a sus aspectos literarios. Yo me confieso impotente para hacerlo. Y no porque la obra resulte quebradiza o defectuosa (al contrario, es magnífica y está bellamente redactada), sino porque es evidente que desborda el concepto de libro para convertirse en otra cosa: una mano tendida, una camisa abierta, unos ojos que te miran con lágrimas, una barbilla rozada por la manta en el sofá. Es una confesión, un vademécum de grutas, la crónica neblinosa de un tiempo aciago y, sobre todo, el desgarrado dietario de una mujer valiente, que nos explica lo que sintió durante la época angustiosa de su depresión. El resultado de ese esfuerzo titánico es un libro honesto, aguerrido, de búsqueda reflexiva (o de búsqueda en reflexivo, si ustedes prefieren). Un libro que tiene mucho de electroencefalograma y de electrocardiograma (dos palabras largas y feas para un dolor largo y feo). Un libro que sobrecoge. Una navegación valerosa, entrañada y entrañable en la que se nos invita a caminar por el interior de la escritora, de la persona, del ser desvalido.

En ese viaje a pie, silencioso y lleno de respeto, vemos a la niña cuyo pie se quedó atascado en el mecanismo de su bicicleta; a la niña que fue siempre mirada como una mallorquina “impura” por los talibanes de la genética; a la muchacha que sufrió una extirpación íntima en el quirófano; a la joven que se vio hundida en la fosa hondísima de la depresión y que necesitó manos, voces, pastillas, frutas de su tía Antonina y libros (“Los libros son mi antibiótico”, nos dice en la página 38) para salir trabajosamente de ella.

La depresión (nos dice en la página 24) “es la enfermedad más grande, invisible, inesperada, destructiva, egoísta, insana, paranoica, desaliñada, mugrienta y tendenciosa que he tenido”. La depresión (nos completa en la página 34) “es la enfermedad más inhóspita, sádica, repetitiva, pegajosa, tiránica, inmaterial y diabólica que he tenido”. Repásese con lentitud la lista de adjetivos y quizá nos acerquemos al borde de su caída vertiginosa y continua, que la autora nos resume, a veces, con cierto cargo de conciencia (“Sé que lo que cuento es una locura. Estoy encerrada en casa por eso. Sé que este párrafo no debería publicarse. Sé que no hago bien a nadie escribiéndolo. Sé que lo escribo con los ojos tapiados. Sé que es digno de ser lanzado desde una azotea. Lo dejo escrito aquí, no obstante, porque es lo que se piensa con la depresión, todo el rato”, página 119).

He dicho al principio que Almudena Sánchez se abre la camisa para mostrarnos su dolor, y he dicho mal: se abre la piel, para que contemplemos su interior y nos aproximemos (aunque sea tangencialmente) al pozo de sus heridas, de sus escozores, de sus lágrimas, de su pantano íntimo. Fármaco es un libro durísimo, que las personas que no hemos atravesado una depresión no podemos entender. Es así de terrible y así de humilde. Podemos leerlo, estudiarlo, sentirlo… pero no estamos en disposición de “entenderlo”. Por fortuna, aprendemos en sus páginas la lección de la paciencia y del acompañamiento incondicional. Que no es poco. Me pongo en pie y asiento con respeto: no me salen más palabras.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Pues te ha quedado una reseña estupenda a pesar de esa "imposibilidad" para reseñarla 😉💋