Sólo
faltaría que a un libro-cronopio, a un libro-Cris, le hiciera yo una reseña
seria y erudita. Jamás de los jamases. Creo que Julio (allá donde esté) y la
propia Cristina (acá donde esté) me iban a mandar a la soberana mierda,
mientras de fondo se deshilachaba el humo de sus cigarros por encima de un
disco de Ray Charles. O sea, que no. Lo único importante es que en estas
páginas la uruguaya le habla al argentino, y atiende a sus respuestas, y yo los
escucho a ambos, y ahora ustedes (amables) me escuchan a mí. De esa forma, dale
nomás. Si ustedes se adentran como he hecho yo en el libro podrán descubrir que
a ambos les chiflaba escribir cartas; que ambos sentían adoración por los
dinosaurios; que Julio no murió de cáncer (como tan aplicadamente se ha dicho),
sino de otra dolencia mucho más moderna; que disfrutaban como niños con los
dibujos siempre cambiantes de los caleidoscopios (“caleidoscopio” rima con
“cronopio”); que Cris lo acompañaba a El Corte Inglés para que él se comprase
polos nada fáciles de encontrar (recordemos que Julio medía casi dos metros)… Y
luego, claro está, las divergencias: boxeo (él), fútbol (ella), historias de
vampiros (él)… Pero entre esas burbujas privadas también existía comunicación,
diálogo, porque años y años de amistad consiguen que se borren muchas
fronteras: incluso la frontera entre la vida y la muerte, que nunca pudo
destruir el vínculo que los unía.
Un
vínculo que jamás se alimentó de mostraciones espectaculares (Cristina Peri
Rossi inicia el libro escribiendo una docena de palabras de aspecto duro: “No
fui al entierro de Julio Cortázar. No estoy en la foto”), sino de llamadas
telefónicas, postales y charlas envueltas en el humo del tabaco. La escritora
uruguaya explica también que no quiso entregar las cartas cortazarianas que
conservaba para que Jaime Alazraki (que además le cayó mal cuando lo conoció) las
incorporase a los tomos de correspondencia que andaba recopilando con Saúl
Yurkievich. El nexo entre Julio y Cris (un nexo de jazz, ópera, tardes de
playa, cafés compartidos, confidencias amorosas y lecturas comunes) no podía traducirse
en un homenaje serio, universitario, rígido y con notas a pie de página, sino
en este arco iris de sonrisas, revelaciones (quizá la más sorprendente es que
Cortázar murió de sida, tras haber recibido sangre contaminada en una
transfusión), guiños cómplices y añoranza perpetua.
Por eso Julio Cortázar y Cris es una obra tan hermosa, tan viva, tan inolvidable, tan corazón, tan cigarrillo, tan amor imposible, tan Barcelona, tan siempre.
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