viernes, 7 de enero de 2022

Julio Cortázar y Cris

 


Sólo faltaría que a un libro-cronopio, a un libro-Cris, le hiciera yo una reseña seria y erudita. Jamás de los jamases. Creo que Julio (allá donde esté) y la propia Cristina (acá donde esté) me iban a mandar a la soberana mierda, mientras de fondo se deshilachaba el humo de sus cigarros por encima de un disco de Ray Charles. O sea, que no. Lo único importante es que en estas páginas la uruguaya le habla al argentino, y atiende a sus respuestas, y yo los escucho a ambos, y ahora ustedes (amables) me escuchan a mí. De esa forma, dale nomás. Si ustedes se adentran como he hecho yo en el libro podrán descubrir que a ambos les chiflaba escribir cartas; que ambos sentían adoración por los dinosaurios; que Julio no murió de cáncer (como tan aplicadamente se ha dicho), sino de otra dolencia mucho más moderna; que disfrutaban como niños con los dibujos siempre cambiantes de los caleidoscopios (“caleidoscopio” rima con “cronopio”); que Cris lo acompañaba a El Corte Inglés para que él se comprase polos nada fáciles de encontrar (recordemos que Julio medía casi dos metros)… Y luego, claro está, las divergencias: boxeo (él), fútbol (ella), historias de vampiros (él)… Pero entre esas burbujas privadas también existía comunicación, diálogo, porque años y años de amistad consiguen que se borren muchas fronteras: incluso la frontera entre la vida y la muerte, que nunca pudo destruir el vínculo que los unía.

Un vínculo que jamás se alimentó de mostraciones espectaculares (Cristina Peri Rossi inicia el libro escribiendo una docena de palabras de aspecto duro: “No fui al entierro de Julio Cortázar. No estoy en la foto”), sino de llamadas telefónicas, postales y charlas envueltas en el humo del tabaco. La escritora uruguaya explica también que no quiso entregar las cartas cortazarianas que conservaba para que Jaime Alazraki (que además le cayó mal cuando lo conoció) las incorporase a los tomos de correspondencia que andaba recopilando con Saúl Yurkievich. El nexo entre Julio y Cris (un nexo de jazz, ópera, tardes de playa, cafés compartidos, confidencias amorosas y lecturas comunes) no podía traducirse en un homenaje serio, universitario, rígido y con notas a pie de página, sino en este arco iris de sonrisas, revelaciones (quizá la más sorprendente es que Cortázar murió de sida, tras haber recibido sangre contaminada en una transfusión), guiños cómplices y añoranza perpetua.

Por eso Julio Cortázar y Cris es una obra tan hermosa, tan viva, tan inolvidable, tan corazón, tan cigarrillo, tan amor imposible, tan Barcelona, tan siempre.

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