Es difícil escribir una buena novela juvenil,
porque son numerosos los escollos que hay que evitar: el paternalismo, la
gracieta, la moralina, el lenguaje ñoño, la estructura facilona, los clichés.
Pero al caravaqueño Luis Leante lo que realmente le cuesta mucho trabajo es
escribir mal. No hay forma. No le sale. De ahí que piezas como Huye sin mirar atrás no sólo sean
espléndidas, sino que reciban el aplauso de críticos tan exigentes como Rosa
Durán, Robert Saladrigas o Care Santos quienes, reunidos como jurado, le han
otorgado el prestigioso premio Edebé del año 2016.
Si nos acercamos al aspecto argumental, la novela
es muy sencilla: su protagonista es Enrique, un chico problemático cuyo padre
era policía y murió en acto de servicio. Todos los traumas y duelos sin cerrar
que se amontonan en su corazón lo han convertido en un muchacho rebelde, que se
lleva fatal con su madre, que ha suspendido dos cursos, que tiene mala fama
entre sus profesores y que descarga toda la adrenalina que puede practicando
judo. Su vida, que no lleva camino de cambiar en los próximos años, entrará en
una nueva fase cuando aparezca por su casa Carlos, un hombre atlético que se
dedica a los negocios y que le ha alquilado a la madre una habitación durante
quince días. Los problemas surgirán cuando Enrique descubra que el misterioso
huésped no se llama Carlos y que tampoco se dedica a los negocios, sino que
esconde una identidad y unas motivaciones mucho más inquietantes.
Descendiendo a un nivel más profundo, comprendemos
que estamos ante una bildungsroman (y
perdón por la pedantería) de soberbia factura, una bellísima novela de
aprendizaje en la que todos los personajes descubren nuevas facetas de sí
mismos, evolucionan y alcanzan un mayor grado de madurez. Y no hablo solamente
de los protagonistas de menor edad, como Enrique o Teisa, sino también de los
adultos: Héctor descubrirá que es posible luchar contra los fantasmas, y que
las empresas que parecen insignificantes, arriesgadas o quijotescas pueden ser
llevadas a buen puerto si perseveramos con fe; la madre de Enrique comprenderá
que una vida no tiene por qué quedar resquebrajada después de un golpe
traumático, sino que lo importante es sobreponerse, mirar hacia el futuro y
descubrir la luz allí donde nos está esperando; Martín es la demostración viva
de que quien busca un nuevo principio, lejos de su pasado, puede encontrar la
felicidad... Todos los personajes de esta novela se enfrentan a sus
particulares monstruos y han de combatir contra ellos para superar sus lágrimas
y alzarse vencedores en la batalla. El universo (lo lamento, Coelho) no conspira
para que nuestros sueños se cumplan: somos nosotros quienes debemos buscar la
victoria a base de perseverancia, entusiasmo y coraje.
En mi libro La
voz de los otros, publicado en 2006, escribí que Luis Leante tenía todas
las condiciones para publicar en un sello de la categoría y prestigio de
Alfaguara, y pocos meses después (2007) ganó el premio de novela que lo llevó
hasta allí. Aventuraré ahora otra hipótesis desde esta página, con la ilusión
de cosechar el mismo éxito predictivo: creo que el premio Nacional de
Literatura no tardará en llegar a sus manos. Pocas personas lo merecen más que
él en nuestro país. Lean Huye sin mirar
atrás y quedarán convencidos.
1 comentario:
En el llibro hay una contradicción flagrante. El protagonista en una parte del libro comenta su vocación de periodista a su madre y a unos amigos y casi al final afirma que cree que no le explicará a su madre su vocación de periodista.
Decepcionante.
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