Hay
libros que se planifican meticulosamente y que responden a una línea más o
menos recta por parte del autor: novelas, obras teatrales, ensayos. Y existen
otros volúmenes que, menos férreos, se construyen de un modo más libre, con la
ayuda del tiempo, que es muñidor a veces extravagante, a veces loco, pero
generalmente eficaz. Creo que al leonés Andrés Trapiello no le desagrada en
modo alguno dejar que la sintaxis del tiempo organice a su arbitrio el
organigrama de algunas de sus obras, que terminan llenándose de materiales
sedimentarios muy valiosos. Sus lectores, animados por la diversidad temática y
formal, que tanto nos gusta y que tantas alegrías nos ha dado en sus manos,
participamos con entusiasmo en el juego.
En esa
órbita habría que colocar el burbujeante tomo Mar sin orilla, denso de viajes, fervores literarios, opiniones
meditadas, paseos y observación, donde el autor nos habla de los dolorosos
recuerdos que su padre recuperaba todos los años durante la celebración de la
Nochebuena, volviendo con su memoria a aquella otra que pasó en el año 1937,
rodeado por la nieve, junto a la ciudad de Teruel, en plena guerra civil; donde
nos transmite el amor exacerbado, continuo y quizá inexplicable por la búsqueda
y adquisición de libros, que como las arenas del desierto van colonizando todos
los espacios posibles (y aun imposibles) de la casa; donde nos cuenta la
historia de aquel mendigo que, digno y silencioso, pide limosna en la puerta de
una tienda en la que venden delicatessen para ricos, hasta que un guardia de
seguridad recibe la orden de colocarse en el mismo sitio para mantener a raya a
los pedigüeños; donde nos regala unas excelentes páginas sobre los orígenes de
la fotografía, con sus milagros de magnesio y su ambarización de imágenes, que
volvieron democrática la inmortalidad; donde nos permite conocer el extenso e
intenso análisis que le dedica al fenómeno literario y psicológico de la
hipocondría, que ilustra con versos de Antonio Machado, Leopardi o Rubén Darío;
donde nos reproduce el demoledor prólogo irónico que compuso para colocar (y
finalmente no usó, por prudencia) al frente de su novela La malandanza, en el que satirizaba algunos tics de la actual
narrativa española, tan admirada por el crítico “Ginesillo de Pasaúva, el tonto
de Barcelona”; donde nos permite conocer las preciosas páginas que dedica a sus
visitas a Yuste, Recanati, Oporto, Venecia, Matanzas, Nueva Orleans,
Montevideo, Granada o Zamora; o donde nos entrega la crónica, espectacular y
espeluznante, emotiva y serena a la vez, del viaje que protagonizó el Sinaia,
un vapor que llevó a más de mil españoles hacia México, por orden del general
Lázaro Cárdenas, para librarlos de las represalias de la guerra civil de 1936
(para mí, uno de los mejores escritos del volumen).
Insisto e
insistiré más veces: Andrés Trapiello supone un lujo para la literatura
española, y acercarse a sus obras implica recibir una lección de estilo y de
cultura. Seguiré recorriendo sus libros con ese convencimiento.
1 comentario:
Si es que lo cuentas de una manera que no se puede una resistir 🙄💋
Publicar un comentario