Gamal no
es un chico como cualquier otro. Vive en un lugar pobrísimo de El Cairo,
rodeado de policías corruptos, camelleros que apenas ganan para vivir, turistas
que pasean sus cámaras fotográficas con displicencia y otros miles de niños
que, como él, sufren hambre y penalidades, y ni siquiera pueden ir a la
escuela.
La
familia de Gamal está compuesta por Alí, el padre (hosco, aunque de buen
corazón), su hermano mayor Ibrahim (bromista y noble), su laboriosa hermana
pequeña Zainab, su abuelo… y su peluche Gacela. Falta, como es fácil observar,
la madre, que murió a causa de una infección que nadie quiso tratarle en el
hospital a causa de su pobreza.
Los dos
ejes, pues, de la vida de Gamal son la miseria y la ausencia de la madre. Pero
él desea para su futuro algo más esperanzador y firme: ser arqueólogo.
La
contemplación de la pirámide de Menkaura (a la que ha convertido en su única
amiga, y con la que dialoga en secreto) le hace soñar con mundos perdidos,
tesoros ocultos y esplendores que su hambre actual ve como horizonte idílico.
Elena
O’Callaghan obtuvo el VIII premio Alandar con esta novela, titulada A lo lejos, Menkaura y publicada por el
sello Edelvives, en la cual hay páginas imborrables sobre la ternura (esa
argucia que pone en práctica la madre de Gamal diciéndole que ir a la escuela
no es un castigo, sino un modo de labrarse un futuro para cuidar a los padres
ancianos), sobre la inocencia (cuando el abuelo le hace creer que su reloj de
bolsillo se abre soplándole) y sobre la esperanza (la doctora Laila Rachid, que
se dispone a enseñarle el arte de la escritura, se convierte en su “segunda
madre”).
Una
lectura idónea para abrir los ojos a mundos diferentes.
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