Cuando
nos paramos a recopilar los datos conocidos sobre la vida de Miguel de
Cervantes Saavedra descubrimos que, a despecho de lo que afirman algunos comentaristas
(y teniendo en cuenta que hablamos de una persona nacida en el siglo XVI), su
número es elevado. No está ahí el problema, ni mucho menos, sino en la avaricia
admirativa que nos impulsa a querer saberlo todo
del egregio escritor y que, no viéndose colmada, nos conduce al abatimiento
hiperbólico. Querríamos conocer cuantos pormenores que lo rodearon; qué hizo
cada día de su atrafagada existencia; qué pensamientos lo enaltecieron o
flagelaron; qué discusiones mantuvo y con quiénes; qué palabras de amor
escucharon sus oídos; en qué minuto exacto concibió el germen de su héroe
manchego; cuál fue (¿la fe?, ¿el desaliento?, ¿la conformidad?) la última de
las emociones que anidaron en su espíritu, mientras agonizaba.
Andrés
Trapiello, lector y estudioso del alcalaíno, aborda en Las vidas de Miguel de Cervantes un proyecto ambicioso y distinto,
más interesado en una aproximación humana al creador de don Quijote que en un
vademécum de erudiciones polvorientas. Y eso le permite, entre otras cosas, darnos
una figura cercana, acariciada por luces y por sombras, en la que pueden
depositarse elogios, pero sobre la que adherir también etiquetas negativas
cuando la justicia lo exija: su adulterio con una mujer casada (Ana
Villafranca); la forma servil en que se aproximó a ciertos personajes de alta
alcurnia, de quienes esperaba obtener beneficios (“Sus relaciones con la
nobleza rozan en ocasiones las zonas oscuras de la indignidad”); etc.
No se
contempla en esta semblanza la posibilidad de elaborar una teoría unificada
sobre Cervantes e irla aplicando a todos los tramos de su existencia, porque
Trapiello sabe que no existe “nada como una teoría para ser esclavo de ella” y
que lo blanco se puede revelar negro, o al revés, en cuestión de horas. Aquí
buceamos por el alma (y por la biografía) de un novelista brillante que también
fue un gris funcionario, y un padre discutible, y un envidioso vergonzante de
otros escritores (Lope), y un soldado discreto. De todas esas vertientes
anímicas y creativas nos ofrece Andrés Trapiello diversas interpretaciones
históricas, para que juzguemos y extraigamos nuestra propia opinión.
Y le
sirve también el tomo para pronunciarse sobre otros escritores y críticos, como
el ensayista que rechazó escribir esta obra de encargo, pese a haber dedicado a
otros escritores su interés y su “estrábica donosura”; como ciertos críticos
puntillistas hasta lo risible (“cualquier senabrillo salmanticense”); como
Eugenio d’Ors (“Goethe de la calle Condal”) o como Céline (“escritor
mediocre”).
Un trabajo luminoso para amantes de don Quijote y de su autor.
1 comentario:
Hombre, es que lo cuentas de una manera... y encima con letrero de neón luminoso dices: para amantes del autor y del Quijote pues allá que voy 😁
Besitos 💋💋💋
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